Hoy hace quince días que volví del Camino de Santiago.
De la añoranza y el desconcierto de la vuelta, he pasado a la tranquilidad de saber que estoy dónde tengo que estar.
En el camino de la vida.
Ese camino que no ha dejado de estar en toda su crudeza.
Ese camino en el que no hay ibuprofenos posibles ni palabras de aliento.
Pero ese camino que también me permitió en su día respirar un poco de oxígeno; darle alas a un corazón demasiado castigado, y pies a una cabeza demasiado saturada.
Este mes andando y salvando obstáculos me ha hecho más fuerte.
Virginia, una peregrina en muchas de sus acepciones.
Pues no lo sé, pero ya resolveré cuando llegue…
¿Qué opinas?