…»¿Es eso todo?», te has preguntado. Si la vida te hubiese conducido por caminos más llanos, más limpios y gozosos, no estarías aquí ahora en esta casa sosegada. Estarías en otra, más luminosa acaso y menos tuya…
…Creciste desde abajo, desde allí, desde el estercolero al que te habían arrojado los mismos que te vitoreaban… Sobreviviste con mayor fuerza, con la capacidad de ilusión alicortada, con una deslumbrante revelación sobre ti mismo -sobre tu vida, que no iba a ser ningún jardín de rosas- y también sobre los demás con sus debilidades despreciables y sus prejuicio de granito. Te volviste hacia las habitaciones interiores, de cara a la pared para pensar mejor, abrumado por sentimientos de aquella soledad inicial y obligada, de inseguridad, de inquietud, de envidia hacia los que eran diferentes a ti, de ira asimismo y culpa…
El dolor del alquimista
…Y en adelante sucedió que fuiste mucho menos vulnerable e indefenso… Distinguiste el trigo de la paja, y también la cizaña. Te distanciaste de tu sufrimiento para continuar vivo y apretaste contra el suelo los pies. En eso consistió tu instrucción: aprendiste a andar solo, a ser distante, a aceptarte a ti mismo tal como eras, no como los otros habían imaginado que tú eras, antes y después de aquel suceso.
Te examinaste con toda la frialdad de que fuiste capaz: cuanto pensabas, cuanto sentías, cuanto decías, cuanto obrabas; tus emociones negativas, tus defectos, tus desventajas, tus errores, tus confianzas excesivas… No para desarraigarlos de ti, corriendo el riesgo de arrancarte el corazón, sino para aprovecharlos en tu beneficio: para desarrollarte más, para desarrollarte mejor, para adueñarte de la estancia apartada e insonorizada la la libertad.
¿Qué opinas?