Llamó a la puerta de su amada un hombre.
«¿Quién es?», preguntó ella.
Y él contestó: «Soy yo».
«Vete», le dijo ella,
«pues no hay sitio en mi mesa para el que está inmaduro;
al inmaduro, sólo es fuego de la distancia y la separación
le cuece y deja libre de impurezas».
Se marchó el infeliz y todo un año
se pasó consumiéndose en el fuego.
Y, ya cocido y consumido,
volvió el pobre a la casa de la amada.
Llamó a la puerta, temeroso, atento
a no decir ninguna incorrección.
¿Quién es?
«Quién está ahí?», preguntó ella.
Y él contestó:
«Eres tú misma quien está a la puerta,
¡oh robacorazones!».
Entonces dijo ella:
«Ahora que ya eres yo, entra, entra, ¡oh yo!,
porque no hay sitio para dos en esta casa».
LUZ DEL ALMA
RUMI
El dolor del anhelo
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