Este relato lo escribí en el 2005 observando a una pareja en la playa.
Si yo digo blanco, tú dices negro…
Desencuentro
El hombre bellamente tostado por el sol, mira con agradecida prudencia los cuerpos jóvenes que pasan a su lado. Su pelo cano, sus ojos azules y las marcadas arrugas de una vida de placer y sufrimiento, hacen de él un todavía bonito cuerpo que contemplar. Mira con disimulo y con la seguridad de saberse todavía atractivo, recordándose en otros tiempos.
Cada mujer, una historia; historias presentes aunque de rostros difusos. De algunas no recuerda ni siquiera su nombre. Ahora mira también con la sabiduría de que la mitad de aquellos amores no tuvieron sentido. Otros sí, claro, y sonríe.
La mujer tumbada a su lado, su mujer, tiene también la piel morena y el vientre cicatrizado por los partos del amor. El cabello negro, la cara guapa y una mirada serena y tranquila asoma en su rostro cuando sonríe o habla.
Su marido la mira con el respeto que merece la madre de sus hijos. La mira de reojo, sin recordar el amor que un día se tuvieron, y vuelve a contemplar serenmente los cueròs jóvenes que le viajan a sus viriles correrías.
Ese hombre no ha pensado nunca en qué clase de vida ha tenido esa mujer que tanto tiempo lleva a su lado. En qué hacía cuando él estaba lejos; lejos en la distancia y en el sentimiento.
Él, que a pesar de saberse en una atractiva madurez siente que ya pasaron los tiempos de amores furtivos y fugaces, nunca se ha parado a pensar qué ha hecho «su» mujer con la sexualidad que él despreció un día.
Desencuentro
Él, ajeno a los problemas familiares, nunca se ha preguntado cómo esa señora que es la madre de sus hijas ha sobrevivido con su sereno estar en la pesadilla de la soledad.
Él que se ha resignado al amor, no sabe que esa mujer tumbada a su vera, sueña con el futuro encuentro con ese otro hombre que siempre etuvo junto a ella, y con el que un día lloró desconsolada la amargura del desencuentro.
Y tú aquí y yo allá, y yo aquí y tú allá…
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