Relato para pasar un buen rato 😉
Su voz me resultó de lo más sensual, desató en mí ese resorte indómito que responde a deseos inconfesables. Se llamaba Juan. Nunca creí que aquella espontánea sensación se volvería una constante capaz de quitarme el sueño.
Después de una mala experiencia de vida, me trasladé de domicilio con mi marido Tomás y mi perra Vianca. El dueño del apartamento que nos disponíamos a alquilar estaba enfermo y Juan se ofreció a atendernos; Juan resultó ser el presidente de la comunidad y vecino de nuestro futuro bloque, y vivía con su mujer y su hija dos plantas más arriba de nuestro piso.
Llevábamos ya una semana disfrutando de las nuevas instalaciones cuando volví a encontrarme con él.
Me sorprendió nuestro saludo exageradamente amable. Comencé a ponerme nerviosa cada vez que nos cruzábamos en el portal. Me entraban cosquillas por la barriga si oía su voz por las escaleras, o cuando observaba esa manera suya de sacar las llaves del bolsillo y abrir la puerta.
A veces me sentía culpable por sentir esa atracción. Imaginé que a él le ocurría lo mismo, porque esa excesiva simpatía que nos caracterizaba, se volvía fría cordialidad cuando la situación era distinta o había alguien presente; sobre todo alguno de nuestros cónyuges.
Cuanto más intentaba evitar lujuriosos pensamientos con el vecino, más se volvían obsesión.
Químika

No solíamos conversar cuando nos veíamos, pero su sola presencia me relajaba y me ponía de buen humor; se me aceleraba el pulso.
A veces pensaba que todo esto pasaba en mi morbosa cabeza, pero yo sentía que él respondía a las señales y eso me daba alas.
Habíamos establecido una secreta y silenciosa rutina, que comenzaba cuando yo sacaba a la perra a la hora que él llegaba del trabajo, y nos cruzábamos en las escaleras.
Juan lo primero que hacía al llegar a casa era descorrer las cortinas de su dormitorio, que daba al mío; y yo sabía que pensaba en mí.
Otras veces imaginaba que estaba sintiendo los mismos remordimientos que yo, porque las cortinas estaban plegadas.
Recuerdo una tarde cuando llamaron a la puerta.
Se me quedó la cara de idiota cuando abrí la puerta y me encontré con él. Juan venía a avisarnos de que había reunión urgente de la comunidad en el portal.
Bajó con Tomás; se marcharon mis dos hombres juntos.
Me quedé sin capacidad de reacción y me dejé caer en el sofá sintiendo un calor salvaje en mi sexo. Rápida me dirigí al cuarto de baño a lavarme las manos para tocarme a gusto.
Me levanté la falda y me bajé las bragas. Mis dedos se deslizaban de arriba abajo y de dentro afuera como pez en el agua, estaba muy caliente y muy mojada.
Era fuego lo que despertaba en mí ese hombre.
Pero algo en mi interior me decía que no pasaría nada nunca entre nosotros. Quería poner fin a todo aquello, no quería hacerle daño a Tomás; así que me masturbé sin pudor ninguno hasta acabar exhausta jadeando sobre la colcha de mi cama, bajo la atenta mirada de Vianca.
Me pregunté si habrían empezado ya la reunión y hasta se me ocurrió bajar a comprobarlo, pero en ese momento oí las llaves en la puerta. Entraba Tomás enfadado porque Juan se había ausentado nada más bajar, y no había vuelto.
Una sonrisilla diabólica que intenté disimular se dibujó en mi cara.

Volvió a recorrerme un inquietante cosquilleo por la barriga cuando miré por la ventana, y las cortinas del cuarto de mis deseos estaban descorridas.
Vídeos 🙂
Deja tu comentario y suscríbete!

¿Qué opinas?