Lola, abstraída pensando en su hija Marta, dio un respingo cuando el sonido del teléfono rompió su ensimismamiento. Era Manuela proponiéndole una cita, pero ella no se encontraba en el momento más idóneo para charlar penas ajenas. La adolescencia de Marta la estaba llevando a viajar por el pasado, y como si fuera ayer y de manera constante, le asaltaban acontecimientos e imágenes de su propia vida adolescente.
…Lola recuerda la época en la que ella y Manuela aunque habían crecido prácticamente juntas, apenas si tenían más contacto que el de tropezarse por las escaleras o el de los comentarios de las madres respectivas.
Por aquellos entonces, Lola hasta sentía coraje de la vecina, porque no entendía que su madre y tía Mercedes envidiaran a esa familia y todo lo que les rodeaba. Manuela al contrario, más que simpatía, lo que sentía por Lola era admiración, ya que ésta parecía ser capaz de disfrutar de la vida y hacer siempre lo que le venía en gana.
Si las paredes hablaran
Recuerda perfectamente el día que estaba sentada en el portal de su casa mirando a la calle. Era una mañana gris de invierno y llovía a cántaros. Manuela venía de comprar el pan, y se encontró con ella cuando entraba en el bloque. Mientras cerraba el paraguas Manuela se fijó en Lola, y por la cara que tenía adivinó que algo andaba mal.
– ¿Te pasa algo…? -preguntó Manuela. Lola le contestó con genio:
– ¡Pues no, estoy sentada en las escaleras y punto!.
Manuela sorprendida por la contestación se dio la media vuelta. Yéndose y bajando la voz como si hablara con ella misma, dijo:
– Bueno mujer, era por si querías contarlo…
Y es que Lola llevaba días asustada. Dos meses y medio sin bajarle la regla y ya no podía eludirlo más. Tenía que confirmar si era cierto lo que su cabeza se empeñaba en negar concienzudamente. No sabía a quien revelar su secreto y le atormentaba cada vez más el presentimiento.
Lola recuerda su desesperación y el instante en el que decidió confiar en Manuela por varios motivos: porque en su casa siempre hablaban de ella, porque le daba seguridad el saber que apenas salíaA de juerga, y porque fue la única que percibió que algo andaba mal; aparte de su madre, claro, que parecía tener el don de la clarividencia…
Si las paredes hablaran
…Tenían que ir a una farmacia a por un test de embarazo. Al principio las jóvenes amigas vivieron todo aquello como una aventura increíble e incierta. Manuela se sentía importante porque era un honor que Lola hubiera confiado en ella, y Lola se sentía acompañada en su inconciencia. Pero cuando el test dio positivo, las dos niñas se miraron asustadas a los ojos. Lo que hasta entonces había sido un juego para ambas, se convirtió en algo que marcaría sus vidas para siempre…
Cada vez que Lola recuerda esos momentos y mira a Marta, le entra la misma sensación de vértigo que entonces se le agarró a la barriga hace ya casi diecisiete años de eso…
Lola le propuso a Manuela dejar el encuentro para otro día. Sus preocupaciones no le dejaban espacio más que para intentar buscar la manera adecuada de tomar cartas en el asunto de los devaneos de su hija. Porque le han pillado desprevenida las primeras salidas de Marta, sus maquillajes y ese pulso constante y permanente que mantenía con ella.
Lola veía en la cara de Marta que estaba enamorada como ocurre pocas veces, como ella se enamoró sin escuchar avisos ni advertencias. Teme que cometa sus mismos errores y que acabe sufriendo de soledad, como la oscura maldición que a veces piensa que se cierne sobre ella y las mujeres de su familia.
Y como no sabe hablar con Marta de todo esto, va dejando preservativos por encima de los muebles a la vista de cualquiera…
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