Marta llevaba toda la mañana en clase jugueteando con Jesús, y esa tarde habían quedado unos cuantos amigos para ir a la biblioteca. Allí el chico había seguido coqueteando con ella. Entre página y página de la Revolución Francesa le pisaba el pie por debajo de la mesa con tal de tocarla, y ella entre pícaras sonrisas hacía como que se enfadaba.
Así pasaron las horas, cerraron la biblioteca y decidieron beberse unas cervezas en los “Jardines de la Colecor”, junto a la ribera del río. Había mucha gente y Marta no pudo disimular su emoción cuando se encontró con Francisco, que era quien verdaderamente había robado su corazón.
Francisco tenía unos cuantos años más que Marta. Era exalumno del instituto y andaba por los alrededores siempre en la moto con su inseparable colega el “Negro”.
El joven había despertado en Marta emociones desconocidas. Con sólo una mirada suya, Marta se sentía estremecer. En cuanto veía su moto por el instituto lo buscaba impaciente. Le gustaba todo de él: su cara, sus ojos, su manera de hablar, de fumar… Definitivamente Marta estaba enamorada de Francisco.
Y Francisco que sabía sacarle partido a sus encantos y que no desaprovechaba oportunidad alguna, en otras ocasiones había percibido el deseo de Marta; y esa noche le propuso que se marchara con él. Ella nerviosa y excitada no dudó en avisar a su madre de que llegaría más tarde a casa, y vibrando por todos los poros de su piel, montó en la moto de Francisco entre tímida y deseosa.
Aparcaron en un callejón oscuro y Francisco la condujo de la mano hasta un banco donde comenzó a besarla. Marta notaba un nuevo e intenso calor en su sexo. Se sintió en el cielo, y lo mejor fue cuando él escarbó por debajo de su blusa. Francisco le tocaba los pechos sin dejar de besarla y le hablaba al oído con una voz desconocida para ella.
Pero cuando le agarró las nalgas y la apretó contra sí, Marta notó el miembro duro y la dominó el nerviosismo. Miró el reloj entre beso y beso, y vio que eran cerca de las doce de la noche.
Entonces dio un respingo, se separó de Francisco y le dijo:
– ¡Llévame a casa!
¿Qué opinas?