Cuando aquella mañana de lunes Manuela se miró en el espejo, comprobó que habían desaparecido las ojeras de su cara; por fin había logrado descansar de seguido toda la noche.
Y como presintiendo la ausencia o queriendo grabar en su memoria todo lo sentido para evitar que se esfumara, antes de encaminarse desmotivada al dichoso instituto, Manuela miró una y otra vez a su hombre dormido.
Llegó a clase percibiendo la inquietud de los exámenes finales y la cercanía de las vacaciones de verano.
Al entrar en el aula, mientras se colocaban en su sitio, uno de los chicos dijo:
– Hoy la seño trae mejor cara.
Y otro, en un tono para que todo el mundo lo oyera, respondió:
– A lo mejor es que ayer se la metieron…
Casi todo el mundo rió.
Antes de que el murmullo cesara, todavía Manuela pudo escuchar:
– ¿Cómo le gustará más a la seño por delante o por detrás?, y un coro de risas.
Manuela se sentía vulnerable, tan insegura que no era capaz de recibir esos comentarios sin que le afectaran. En esas ocasiones que no sabía como defenderse, el reconcomio hacia sus alumnos y alumnas la dominaba por dentro.
Ese día acababa Manuela sus clases una hora antes de lo habitual, y cuando salía por el primer pasillo, vio a Jesús y a su grupo de amigos asomados a la barandilla de las escaleras de la primera planta. Se divertían diciéndole barbaridades a las niñas que pasaban por debajo, sobre todo Jesús, que rodeado de gente se transformaba en líder nato con sus gracias y sus ocurrencias.
Manuela temió los comentarios al tener que pasar por allí debajo. Pero sin más remedio que salir, aparentemente decidida se encaminó.
Uno de ellos al verla, dijo:
– ¡Mirad, la seño!
Y casi todos contestaron al unísono:
– ¡Adiós seño!…
Manuela respiró aliviada y sin volver la cara hizo un gesto de adiós con el brazo, pero la mala fortuna quiso que en ese momento se le resbalara la carpeta de las manos. Los chavales comenzaron a carcajearse de manera excesiva y Manuela en ese momento quiso que se la tragara la tierra. Por si fuera poco, cuando la profesora se agachó para recoger su cuaderno, alguien emitió el sonido de un sonoro pedo. Las carcajadas aumentaron más si cabe de volumen, y Manuela salió de allí nerviosa y totalmente humillada.
Los odiaba con todas sus fuerzas.
¿Qué opinas?