El tiempo transcurrió veloz. Los exámenes estaban realizados y sólo faltaban las esperadas calificaciones. El ambiente en el instituto era excitante, y ese fin de semana era la fiesta de fin de curso.
Marta llevaba meses esperando el acontecimiento, estaba emocionada. Le importaban un comino los suspensos que iban a quedarle para septiembre. Lola su madre, le había comprado un conjunto rojo de falda y camiseta que estaba deseando estrenar. Impaciente porque llegara la ocasión se lo había probado mil veces para elegir el peinado y los zapatos. Quería ser la más bonita de la fiesta para Francisco. Además llevaba tiempo rondándole la cabeza: si todo iba como ella esperaba, aquella noche se entregaría a él por completo.
Había pensado en todos los detalles. Se había comprado un conjunto de braguitas y sujetador negros que para ella eran de lo más sexy. Le había costado tiempo ahorrar el dinero para comprárselo sin que su madre se diera cuenta, hasta había tenido que coger un autobús que la llevara lejos del barrio donde nadie la conociera. Pero le había merecido la pena. No quería que Francisco la viera con esas bragas de algodón -cómodas pero horteras-, que le compraba su madre en lotes de a tres. Tenía hasta preservativos porque los encontraba en su casa por todos los rincones, y aunque ella no sabía ni cuando ni cómo utilizarlos, confiaba en su hombre.
En definitiva, muchos preparativos para una noche que prometía ser perfecta. El día estaba cada vez más cerca y a Marta le costaba trabajo conciliar el sueño por las noches…
Si las paredes hablaran 16
Francisco también estaba algo excitado pero por otros motivos. Las fiestas siempre le emocionaban y en la de fin de curso del instituto, estaba dispuesto a arrasar. Y no sólo porque vería a muchos de sus colegas, sino porque había hecho planes con el “Negro”. Llevarían hachís y cocaína. Pensaba ponerse a gusto y sacar algo de pasta; si además conseguía llevarse a la cama a alguna niña, la fiesta sería completa. Lo intentaría con Marta pero si no, lo intentaría con otra.
Manuela por su parte aunque no tenía ganas de jarana, se había propuesto esa noche hacer todo lo posible para entretenerse. Otros años había quedado con Lola, pero prescindió de llamarla, se sentía mal con ella.
Aunque su ánimo no era el mejor, tratando desesperada de salir de su abatimiento, había decidido desconectar de todo y le propuso a Sole -otra profesora-, seguir la diversión después del compromiso del instituto.
En el intento de olvidar su dolor por Antonio y por ella misma, quería engañar la soledad con alcohol y amistades pasajeras. Por encima de todo Iba a intentar no dormir sola esa noche, y para conseguir su propósito, pensaba ponerse el vestido negro que le marcaba la figura, pintarse y dejarse el pelo suelto. Se sentía algo emocionada y mucho más asustada de lo que pudiera sentirse una quinceañera.
Y Lola llevaba días dudando sobre si ir o no al dichoso acontecimiento. Manuela no la había llamado y Marta le había pedido que no se le ocurriera aparecer por la fiesta. Pero Lola iba a hacer lo que de verdad quería. Pensó que conocía al profesorado de otras ocasiones; además, ella también estaba deseando estrenar un vestido que llevaba ya demasiado tiempo colgado en el armario.
Y en cuanto a Marta, lo que pensara la traía sin cuidado; estaba dispuesta a recibir cualquier ofensa de su parte, con tal de ver quienes eran sus juntas.
Así estaba el panorama, y el esperado día como casi siempre, llegó antes de lo previsto…
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