Marta había permanecido inquieta y ausente en la fiesta; pero al aparecer Francisco todo tomó sentido para ella. Comenzó a bailar con ganas, a charlar, e incluso a seguirle el coqueteo a Jesús para intentar llamar la atención de su amor.
Insinuaba e insistía en acercarse a la barra pequeña a pedir una copa, pero nadie del grupo la seguía en su propuesta. Sólo cuando pasó un rato, Jesús que esa noche estaba deseoso y complaciente con Marta, accedió a acompañarla al campo de fútbol.
Pero fue fugaz la alegría de la joven. Vio a Francisco entretenido, estaba charlando con Manuela, y de lejos vio a su madre, que se había atrevido a aparecer por la fiesta.
La rabia y la decepción se apoderaron de Marta, porque su madre era el detalle que le faltaba para no ser capaz de disfrutar de la noche. Si a eso le añadía que Francisco además de haber llegado demasiado tarde ni siquiera se había acercado a ella, el cóctel del desengaño lo tenía servido.
Pasaban las horas y Marta cada vez estaba más enfadada. Sobre todo cuando entraba al vater y en el espejo se veía estúpidamente guapa, arreglada con el único objetivo frustrado de conseguir que una persona se fijara en ella. Cuando pensaba en la ilusión que había puesto esa noche y en que nada le estaba saliendo como había planeado, le entraban unas enormes ganas de llorar.
Para colmo Jesús no le quitaba ojo de encima. Llevaba toda la noche halagándola y ella no hacía más que despreciarlo.
Además Francisco no había reaccionado como ella esperaba ante el coqueteo de ambos, lo único que hizo fue guiñarle un ojo a Jesús en un gesto de complicidad.
Si las paredes hablaran 18
La noche estaba avanzada y los ojos de Marta miraban rojos del tabaco, del alcohol y de los canutos. Caminando había perdido el equilibrio y tuvo que sujetarse varias veces a la pared. A Marta se le había caído la ilusión, y hasta la dignidad.
Pero había mucha gente que no sentía la noche fracasada. Sorprendentemente para el “Negro” y para Francisco, la conversación con las profesoras les estaba resultando divertida. De vez en cuando se quitaban de en medio para esnifar una raya de cocaína. Llevaban droga para vender, y solo tenían que unir sus miradas para organizarse: mientras uno conversaba, el otro negociaba.
Esa noche los dos chavales parecían disfrutar de un complot del que el resto del mundo quedaba fuera.
Manuela sin esperarlo también estaba disfrutando. Se dejaba llevar, y por momentos sentía una felicidad que no por efímera, dejaba de ser verdadera. Francisco estaba resultando un galán increíble y ella dejándose seducir se estaba sintiendo poderosa ante la gente. Lo supo cuando advirtió las miradas de sus compañeros sobre ella, y cuando tropezó con la cara de odio de Marta.
Con esa improvisada felicidad de triunfo, Manuela absurdamente sentía que vengaba las ofensas recibidas a lo largo de todo el año; todas…
Y Lola que aparte del vestido de lunares parecía también estrenar personalidad, permanecía en la fiesta ajena a todo. Ni la preocupación por los movimientos de su hija, ni el malestar con su amiga, se interpusieron en la animada conversación que mantenía en la barra principal con Carlos, uno de los profesores de historia…
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