Después de estar un rato buscando aparcamiento, Manuela y Soledad llegaron a un pub donde había demasiada gente, la música sonaba demasiado alta y el ambiente estaba demasiado cargado.
Mientras pedían unas copas Sole observó de lejos a Francisco y al “Negro”; no perdían el tiempo.
Charlaban con un grupo de gente y al momento Manu, el «negro», se dirigía con un tipo al cuarto de baño.
Manuela se contoneaba junto a la barra y no tardó en llamar la atención de Francisco, que apareció con el único propósito de permanecer junto a ella. Hablaban tan cerca el uno de la otra que parecía que en cualquier momento iban a unir sus bocas.
Sole se preguntaba cuánto tiempo sus amigos tardarían en marcharse. Y se limitaba a observar, esperando que el “Negro” acabara con los trapicheos y le diera conversación.
Y todo sucedió rápido.
Tras unas cuantas canciones y aprovechando un empujón, Francisco agarró a Manuela por la cintura y no dejó que se separara. Unieron sus labios y comenzaron a besarse.
Se relajaron y estuvieron saboreándose como si se conocieran de antiguo.
Hasta que las manos empezaban a deslizarse solas por los cuerpos recién descubiertos, y Sole cortó carraspeando:
– Eeehh!, que nos ponéis los dientes largos…
Y el “Negro” que ya se había unido al grupo, la acompañó diciendo:
– Qué estamos en público, tío…
Si las paredes hablaran 21
Francisco y Manuela, rieron pero permanecieron agarrados por la cintura. Y en cuanto los amigos entablaron conversación, comenzaron a besarse de nuevo. Poco tiempo tardó Francisco en proponerle a Manuela:
– ¿Nos vamos?
– Si -le respondió ella.
Y cuando Manuela salía del bar acompañada de Francisco, la ley de la probabilidad quiso que se cruzara con Antonio; a pesar de ser un lugar que ambos juntos nunca habían frecuentado.
A Manuela le dio un golpe el corazón y tuvo instantes de turbación y duda.
Antonio estaba solo y borracho como una cuba.
Cuando vio a Manuela se agarró a la pared incrédulo, observó a Francisco e intentó reírse.
El joven no tardó en reaccionar y adelantó el paso y el puño amenazantes.
Pero Manuela lo agarró fuerte tirándole del brazo:
– Vámonos anda.
Francisco resistiéndose le preguntó:
– ¿Lo conoces?
– Sí, ¡venga vámonos! –dijo empujándolo hacia fuera cuando vio que Sole se acercaba a ayudar a Antonio.
Así se marcharon Manuela y Francisco.
Para Sole la noche acabó de una manera totalmente inesperada.
Con la ayuda del “Negro” montaron a Antonio en el asiento de atrás del coche.
– Manu, éstos se han llevado tu moto, ¿te acerco a tu casa?…
– No, gracias, voy a dar un “rule” a ver si veo a alguien por ahí…
– Como quieras, -dijo Sole.
– Venga guapa, nos vemos ¡eh!…
– Nos vemos Manu.
El “Negro” encendió un cigarro y comenzó a caminar.
– ¡Eee, que te vaya bien!- le gritó Soledad sabiendo que pasaría mucho tiempo hasta que quizás volviera a saber algo de él.
El joven sin volver la vista atrás levantó la mano en un gesto de despedida, y se alejó con la mirada baja.
Soledad sonrió cariñosa al comprobar que seguía con sus caractrísticos andares.
Entonces sintió a Antonio moverse en el asiento, y movió la cabeza alarmada:
– …Antonio por lo que más quieras no me vayas a vomitar en el coche, ¿eh?. ¡Anda que menudo panorama!
Eran cerca de las cinco de la madrugada.
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