Después de tropezarse con Antonio, Manuela comenzó a dudar de lo que estaba haciendo, pero le propuso a Francisco ir a su casa…
…A la mañana siguiente la profesora permaneció en la cama con la amarga sensación de que no le esperaba nada fuera de ella. Su cabeza resacosa comenzó a cavilar y los pensamientos desfilaban uno tras otro para hacer imposible que le venciera el sueño de nuevo.
¿Y si Francisco no mantiene el secreto del encuentro? ¿Y si Marta se entera de todo?…
Aunque la imagen le pareciera soñada, era cierto que el joven se había despedido de ella con un beso en la frente. Manuela se atormentaba preguntándose por qué Antonio no quería vivir más con ella, y por qué no soportaba a su amiga Lola, se sentía muy insegura y le dolía la cabeza.
Pasó un buen rato en la cama. Se duchó, comió y salió a dar un paseo.
Estaba casi anocheciendo y sin darse cuenta había tomado el camino de la taberna. Pensó en tomar algo y ver a Ramón, necesitaba compañía para consolar sus desasosiegos. Pero cuando iba llegando a la tasca, un montón de gente agolpada llamó su atención. Manuela se alarmó. Veía luces de policía y de ambulancia. Algo había pasado. Al llegar a la multitud, entrevió como sacaban a alguien en una camilla con las ropas llenas de sangre.
¿Felipe?
No pudo distinguirlo, pero se oía a Ramón gritando y llorando:
– ¡que está enfermo, enfermo!
Cuando se marcharon los coches de policía y de ambulancia, el gentío poco a poco se fue dispersando.
Manuela desolada, volvió a encerrarse en su casa con un desgarrador pellizco en algún rincón de su alma.
Se bebió una botella de agua casi sin respiración.
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