Al día siguiente todo el mundo en la panadería comentaba lo que le había ocurrido a Felipe el día de antes.
Llegó Vicenta a enterarse del contratiempo. Vicenta era una vecina del barrio; como decía ella con mucho arte cuando le preguntaban la edad, tendría unos… ¡“taitantos”! y era “soltera por elección”. Era una mujer grande y recia. El pelo que de normal lo luciría castaño oscuro, lo llevaba coloreado de rubio, le contrastaban las raíces morenas del resto del cabello entre amarillo y naranja. Llegó con la fuerza y energía que la caracterizaban preguntado:
– Pero, qué es lo que le pasó ayer a Ramón?, ¡qué “doló” de criatura, dios mío de mi alma.
Capítulo 23, Si las paredes hablaran
Lola respondió:
– Felipe que “sá cortao” las venas, y Ramón cuando se dio cuenta, se acercó a quitarle el cuchillo. En eso que llega la policía porque “la Chari” que oyó jaleo los llamó, y cuando vieron a Felipe con el cuchillo en las manos forcejeando con el padre, -aclaraba Lola-, no se les ocurre otra cosa para reducirlo que pegarle una paliza… ¡Vamos! que “la Chari” vio cómo lo metían en la ambulancia, eso me lo ha contado ella esta mañana, -seguía aclarando Lola-, Felipe estaba inconsciente… no sabemos ya por qué… y por lo visto Ramón con los nervios también le pegó a un policía…
¡Qué barbaridad!… -decía Vicenta-, cuando no saben qué hacer, lo arreglan “tó” igual y Felipe está enfermo, porque un delincuente no es el pobre mío, y “pa” qué llama “la Chari” a la policía?…
– ¿Pero a quien se llama…? -preguntó otra señora indignada-, porque desde luego si le pegaron es para enunciarlos…
– ¡Sí!, -exclamó Vicenta enfadada-, y a quien los denuncias ¿a la policía?…
– ¡Hombre, lo que sí es verdad que Felipe tendría que estar “recogío” en un sitio de esos…
– ¡Pero si no hay sitios para esta gente!… -decía otra que se unió a la conversación.
– eso, un sitio para gente como él, con médicos y lo que le haga falta, -continuaba la señora…
– ¡Pero que los hagan joder!, -contestó Vicenta que conforme iba conociendo lo ocurrido, se sentía más enfadada.
– …Mira, el hermano de una cuñada mía es así como Felipe, -continuaba la misma mujer-, bueno, éste creo que tam tiene algo de retraso, el caso es que iba a un sitio de esos, y ¡lo echaron por mal comportamiento!, ¿tú te crees?…
– ¡Joer!, eso si que es de locos y de subnormales, con perdón “pá tó” esta gente, -seguía protestando Vicenta-, porque si se comportaran bien no tendrían problema, es que hay que tener la cabeza “cuadrá” para hacer esas cosas…
Capítulo 23, Si las paredes hablaran
– A mí me ha dicho Ramón que él ha intentado un montón de veces llevar al hijo si quiera al médico, -comentaba Lola-, pero Felipe ya no es un niño, ¿qué haces?, deberían ir a su casa, digo yo, además que creo que son los médicos… o sanidad… o quien sea, son ellos los que se hacen los locos con esta gente, ¡mira, nunca mejor dicho! –continuaba irónica-, ¿cómo va a hacerse cargo una persona mayor por “mú” padre suyo que sea?, es que no lo entiendo… A política me voy meter yo.
– Pues yo digo una cosa, -intervenía Vicenta de nuevo-, que soy analfabeta pero no tonta. Que esos es que no trabajan, porque ese es su trabajo. A mí me duelen las espaldas de fregar los suelos, a ellos que les duela por lo menos la cabeza, que “pá” eso les pagan, y que ya quisiera yo pá mí el sueldo que cobran esa gente. Y si no, que no “fueran estudiao”…
– Y además que tiene usted toda la razón del mundo… -sentenció la otra señora-. ¡Bueno niña, dame dos teleras que me voy!.
A Lola se le pasó la mañana volando.
Al llegar a casa cayó en la cuenta que apenas había tenido tiempo de recordar la noche anterior. Entonces le asomó a la cara una sonrisa de oreja a oreja pensando en Carlos. Comprobó que Marta no estaba en casa, y tropezó con la nota:
– “He ido a ver a la abuela”.
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