Marta se levantó con la primera resaca de su vida, y por necesidad de consuelo sin reproches, decidió ese día visitar a su abuela.
Iba camino a la residencia con tales náuseas, que hasta tuvo que parar un momento para respirar aire y no vomitar de nuevo.
Llegó al portón del edificio y como no vió a nadie por allí, se encaminó directamente hacia el cuarto de Rafaela.
Al atravesar el pasillo se encontró con el hombre del bastón, que siempre preguntaba por el capitán del barco. Por lo visto había sido pescador de alta mar y siempre andaba buscando al patrón.
– …”Donde manda patrón”… -y el viejillo moreno y arrugado, miraba profundamente a los ojos esperando la respuesta correcta:
– …”no manda marinero”… Entonces regalaba una sonrisa que iluminaba sus castigados ojos grises de cataratas y se quedaba de pie inmóvil, surcando quien sabe qué mares profundos…
Marta continuó por el comedor.
Si las paredes hablaran 24
No habían puesto siquiera los manteles y ya había algunas personas esperando la comida.
Siguió andando y comprobó cómo se reían un grupo de hombres que jugaban al dominó. Junto a ellos había dos señoras. La que estaba en silla de ruedas, acusaba a la otra de haberle robado dinero. Y ésta segunda agarrada a su bastón, le decía que eso era imposible; que ella no había salido de su casa.
Marta alguna vez había intentado imaginarse cuando tuviera la edad de su abuela, pero el hecho era tan remoto que apenas entraba en sus cálculos. Miró a la derecha y encontró a otro viejo atado con correas a una silla y emitiendo sonidos desgarradores; hacía inútiles esfuerzos por desatarse.
Marta sintió angustia, sobre todo cuando pasó a su lado y el viejo le agarró fuertemente la muñeca. Ella intentó soltarse, pero el abuelo le apretaba tanto que le hacía daño.
Pasó entonces una mujer por allí cargada con un montón de sábanas dobladas.
– ¡Agua! -casi gritó acercándose-, quiere agua. Tu abuela se ha levantado hoy muy bien. Están ayudandole con el aseo, yo creo que habrán terminado ya -dijo yéndose, y con el montón de sábanas a cuestas, la chica se paró delante de las dos señoras que discutían:
– ¿Otra vez con lo del dinero Pepa?… ¡Pepa, que no “tá quitao nadie ná”-le dijo levantando la voz, y se fue relatando-, es que es cabezona la “joía”…
Al lado había vasos y una jarra llena de agua.
Marta llenó uno y se lo ofreció al desconocido, pero le temblaban tanto las manos que el viejo se derramó encima todo el líquido.
Indecisa y temerosa, rellenó el vaso con agua y le dio de beber como a un niño pequeño.
Cuando ya no quiso más, el abuelo suspiró y separó la mano de Marta sentándose aparentemente más tranquilo.
Cuando antes de seguir su camino Marta lo miró a la cara, vio que tenía lágrimas en los ojos.
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