Marta caminaba hacia la habitación de su abuela con desazón en el estómago.
Entre la resaca y la angustia que había sentido con el viejo de la silla de ruedas, el agua que acababa de beber le bailaba en el estómago.
Por fin llegó al cuarto que olía a jabón antiguo, como su abuela.
– Hola abuela ¡qué guapa estás!, -y se acercó a darle un beso.
Rafaela le dio no uno, sino un montón en cada mejilla.
– ¿Cómo estás mi niña, y tu madre?…
Rafaela se conservaba bien de aspecto, era relativamente joven. Su cabeza tampoco funcionaba mal, salvo cuando se sumía en ese estado depresivo y ausente que nadie comprendía.
Marta pensaba que era por ese hijo que se le murió, eso le habían contado.
– Mi madre bien, como siempre, en la panadería abuela. ¡Bueno!, la verdad que últimamente está bastante pesada, -dijo Marta irónica.
Rafaela sonriendo le contestó:
– ¡Anda, qué pasa!…
– Que me gusta un chico y ella quiere que se lo cuente, pero no hay nada que contar, ¡y menos a ella, vamos!
– A ella no, ¿y a mí?…
– Jo abuela -decía Marta algo desesperada-, ¡no tengo nada que contar, más quisiera yo!, además vosotras no os contáis nada. Dice que le ocultas un montón de cosas… Y ella a mí tampoco me cuenta nada; cuando le pregunto por mi padre, o no me contesta o acaba siempre con el rollo de que tenga cuidado con los hombres. Los hombres, los hombres, uuuuh qué miedo…; –murmuraba Marta enfadándose conforme hablaba…
A Rafaela le sorprendían y divertían los comentarios de su nieta. No sabía si era la inconsciencia de la edad, o la única que planteaba las cosas sin tapujos.
– Marta, es que tu madre lo pasó mal y no quiere que tú pases por lo mismo. Además, olvídate de tu madre, esto es entre tú y yo. Porque mi niña, te veo muy mala cara…
Marta le contó a su abuela que tenía una resaca impresionante y que su madre la tuvo que llevar en el coche de vuelta a casa…
– Aayy… -dijo Rafaela- mientras sigues contándome te voy a dar un regalito que tengo para tí. Acércame el andador hija, que yo sola ya no puedo mantenerme en pie. Mis piernas se revelan y dicen que ya está bien de aguantar, ay dios mío…
Cuando Rafaela comenzaba a hablar así, si nadie la interrumpía, ella seguía y seguía murmurando una amarga letanía que parecía no tener final.
Pero Marta la cortó decidida:
– Bueno abuela, que sigo contándote, eso, que bebí un poco.
– Oye y ¿bailaste con ese chico que te gusta?
– Abuela, ¡no me hizo caso ninguno! -dijo Marta entre penosa y ofendida-. Estuvo todo el rato hablando con Manuela y me estaba dando un coraje impresionante, yo creo que me emborraché para no hacerle caso. Sabes de que Manuela te hablo, ¿no?
– ¡Pues no voy a saber si se crió con tu madre!, tendrían cosas de las que hablar… Pero escúchame, que los problemas no desaparecen porque los ahogues en alcohol, o porque les des la espalda. Hay que ser valiente en esta vida, Marta. Y confiar siempre en una misma, aunque tengas que arrastrarte…
– Sí abuela, pero es que si no fuera porque fue su profesora, yo diría que estaban ligando… No le vayas a decir nada a mi madre de lo que te estoy contando.
– No, ¡anda toma!, espero que te guste. – Y le acercó un colorido paquetito.
Capítulo 26, Si las paredes hablaran
Marta encantada abrió el envoltorio. No sabía como se las apañaba su abuela para hacerle regalos si no salía de la residencia… Era un frasco de colonia, un perfume sólo para ella.
– Me encanta, muchas gracias. ¡Qué ilusión!, seguro que a Francisco le gusta, – y bajó la mirada sin creérselo demasiado.
– Pero ¿sois novios o no?, ¿dónde lo has conocido?…
– Pensaba que sí, aunque en realidad nunca hemos hablado de ello… Pero vamos, que ayer no se portó. Abuela, ¿tú qué harías? cuéntame. Cuéntame cosas de tus novios, -decía Marta zalamera-, que ni tú ni mi madre me habéis contado nunca nada. Mamá dice que no has tenido novios y yo no me lo creo, porque en las fotos sales muy guapa con la tía Mercedes, las dos aparecéis estupendas… Anda, cuéntame. Mi madre no conoció a su padre, que era mi abuelo. Pero dime, ¿porque murió o porque no lo viste más?…
– ¡Aaayy chiquilla!… -murmuró Rafaela suspirando y con la cabeza baja, como si mirando al suelo pudiera enterrar los recuerdos. Y sin estar convencida de lo que decía, añadió:
– …Pero si yo tengo poco que contar, ¡anda, cuéntame tú!.
– ¡”Jo” abuela! –dijo Marta indignada-, ¡cómo eres, que siempre me dices lo mismo!… Yo ya te he contado un poco, ahora te toca a ti. Cuéntame de tus novios o por lo menos de mi abuelo, que mi madre tampoco me ha contado nunca nada, creo que tengo derecho a saber la historia de mi familia, ¡digo yo!-. Marta hablaba enfadada.
– Marta, Marta… tu madre no te ha contado nada, porque yo tampoco le he contado nada… ¡Aayy hija!, -volvió a suspirar Rafaela-. Es que no es fácil, no es nada fácil…
Pero Rafaela de forma espontánea y sorprendiéndose de sí misma levantó la cara y clavó los ojos en los de su nieta.
– Aunque quizás…, quizás sea ya la hora de hablar y aliviarme este peso que llevo toda la vida arrastrando que no me deja ni andar… Tú ya eres mayor… Tu madre, con tu madre debería de haber hablado hace tanto tiempo…
Rafaela calculando iba bajando la voz, y su mirada volvía a entretenerse en el suelo…
– Venga abuela, que yo hoy con la resaca que tengo lo mejor que puedo hacer es escucharte. Además tenía ganas de verte. Tómate todo el tiempo que quieras, porque no me pienso ir hasta que sueltes prenda, -dijo Marta, presintiendo por la actitud de su abuela y la suya propia, que aquel domingo iba a ser un día importante.
Ella no podía imaginar cuánto.
¿Qué opinas?