Francisco había despertado demasiado temprano en la cama de Manuela pensando en Juana con más intensidad que nunca; y volvió a preguntarse -como tantas veces-, qué hacía en una cama extraña.
Se levantó sin dudarlo y después de acicalarse, se despidió de la profesora dándole un beso casi con prisa.
Acababa de amanecer decidido a enfrentar sus miedos y a no retrasar lo inevitable. Iría a ver a Juana, pero esta vez dispuesto a confesarle sinceramente sus sentimientos.
Ese arrojo valiente hizo que una sonrisa algo nerviosa, acompañara sus pasos decididos durante el camino.
Juana le abrió la puerta en bata; acababa de levantarse y estaba tomando café.
Ofreció un desayuno a su visita y se sentó:
– Bueno Francisco, ¿qué te trae por aquí a estas horas, has madrugado eh?
– Hoy es domingo… -le respondió Francisco suavecito, y sin apartarle la mirada.
– Ya, pues por eso mismo es pronto…, pero bueno ¡qué más da!, ¿cómo estás? y, ¿por qué me miras así que me estás poniendo nerviosa?
Francisco con una placentera sensación de vértigo en la barriga y clavando sus ojos en los de ella, le dijo:
– ¿De verdad lo quieres saber?, te me has convertido en obsesión Juana; me levanto recordando tu olor, estoy loco por tocarte, por besarte, no deseo otra cosa más que mirarte y comerte, todo el día, todos los días… –y cogió aire para terminar-, porque quiero quedarme contigo para siempre, eso es lo que quiero, Juana.
Juana se había quedado paralizada y casi se le atraganta el sorbo de café que acababa de beber.
No esperaba una declaración así, y una oleada de calor le recorrió el cuerpo de arriba abajo.
– No sé qué decir…
– Pues no digas nada vida.
Francisco se acercó a ella.
Al oído y besándole el cuello, susurró que lo que más deseaba el mundo era hacerle el amor.
Suave comenzó a acariciarle las piernas y se dio cuenta que estaba desnuda.
Cuando llegó al sexo húmedo y caliente de Juana, su falo se puso duro y se arrodilló rendido a saborear el objeto de su deseo.
Juana empezó a gemir agradablemente sorprendida, hasta que desnudó y besó a Francisco.
Lo tumbó en la cama, le puso un preservativo y cabalgó sobre él salvaje, con un ansia de entrega acumulada de tiempo.
Francisco llenándola, movía sus caderas entregado en el culmen de su anhelo más profundo.
A Francisco y a Juana los agotó el amor.
Les desapareció el día rápido, rendidos ambos después de disfrutarse sin reservas ni decoros.
¿Qué opinas?