Todo le recordaba a Antonio.
La casa le resultaba demasiado grande y fría sin él y sus pertenencias.
Sentía una gran inquietud por lo que le había ocurrido a Ramón y Felipe; no podía dejar de imaginar el infierno que tendría que estar viviendo su entrañable amigo.
Tampoco sabía cómo encajar lo que había pasado con Francisco.
Manuela hubiera permanecido perenne y escondida en su lecho desierto. Pero amaneció muy a su pesar aquella mañana de lunes y tuvo que arreglarse para ir al trabajo.
Ese día le pareció más llena que nunca la sala del profesorado; y las miradas casuales de sus compañeros le parecían acusadoras… Entonces se encontró con la mirada de Sole que le dijo sorprendida:
– ¡Hija qué mala cara que traes hoy!, ¿qué pasa, qué tal la otra noche?
Manuela bajando el tono de voz y mirando de soslayo, contestó:
– No estuvo mal, lo que temo es morirme de vergüenza cuando vea a Marta, ¿y si Francisco cuenta por ahí que pasamos la noche juntos?, la que se me puede venir encima…
– ¡Manuela pareces una cría!, eso lo tenías que haber pensado el otro día, ahora lo que te queda es «sacar pecho», además ¿para qué te vas a preocupar antes de tiempo?…
– Oye ¿y Antonio?, -preguntó Manuela-.
– Antonio, Antonio…, pues Antonio con una borrachera como un piano, ¿o es que no lo viste?. Manuela, no debe ser fácil, pero tienes que tomar las riendas de tu vida…
Si las paredes hablaran 29
Sonó el timbre avisando que era la hora de empezar las clases.
Manuela iba camino del aula, cobarde, agarrada a su carpeta como una tabla salvavidas. Más que nunca se sentía observada y sentía esos pasillos amenazantes.
Se cruzó con Carlos, el de historia, que frenó sus andares decididos cuando la vio para preguntarle por Lola.
En la cabeza de Manuela todo se agolpaba para no dejarle sitio a algún atisbo de cordura.
…Las riendas de su vida, Antonio, Marta, Lola, Francisco, Ramón… Se sentía aprisionada y le faltaba el aire. Cuando entró en el aula y el barullo disminuyó de intensidad sintió tal terror, que su cuerpo no tuvo más remedio que acompañarla. Sus manos temblorosas parecían tener vida propia y su corazón palpitaba tanto, que parecía que se le iba a salir del pecho.
Las caras mañaneras de sus alumnos y alumnas se fijaban en ella expectantes, esperando las últimas instrucciones de la profesora. Pero Manuela no pudo soportar la presión y tuvo que salir afuera para coger aire y poder enfrentarse a su pesadilla. Cuando estaba haciendo el esfuerzo de controlar su ansiedad y entrar en clase, vio de lejos al profesor de guardia, pero le pudo el miedo y se encerró en el cuarto de baño para no dar explicaciones. Oliendo a orín y contemplando las pintadas románticas y obscenas de la puerta del vater, pensó que tenía que volver frente al grupo. No se le ocurrió otra cosa mejor que proponerles la hora para leer. La clase sin dudarlo, aprovechó la coyuntura y formó tal alboroto, que el profesor de guardia tuvo que pasar un par de veces por allí pensando que no había nadie a cargo del alumnado…
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