A pesar del alboroto general que esa mañana se había formado en clase, Marta permanecía ajena a lo que le rodeaba. Apenas si había logrado conciliar el sueño por la noche con las emociones sentidas durante aquel domingo que iba a quedar grabado en su memoria durante mucho tiempo.
Tenía los pensamientos y el corazón junto a su abuela. Ahora entendía las largas y amargas retahílas que siempre murmuraba para sí misma, su mal humor repentino y sobre todo su soledad. Cobraba también sentido la frase que tantas y tantas veces la oía pronunciar, de que “la realidad siempre supera la ficción”, y el enfado que le causaban las desgraciadas telenovelas.
Marta cayó en la cuenta que era algo más mayor que su abuela cuando le sucedieron todas esas cosas horribles.
Los abusos, las humillaciones, el arrebatarle a su criatura… Y luego el hombre que fue su abuelo…
La historia le resultaba increíble porque con su experiencia, Marta era incapaz de imaginarse el infierno y no podía entender tanta crueldad.
Pero esa mañana Marta se levantó con una nueva visión del mundo.
Sus preocupaciones se habían esfumado de repente para dar paso a un sentimiento de rabia y rebeldía ante tanta injusticia. Francisco había dejado de tener importancia y se había apoderado de ella un gran sentimiento de solidaridad para con su abuela. Nunca la había querido tanto…
Lo que Marta no podía imaginar era que sólo acababa de conocer el principio de la historia de su familia.
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