Juana y Francisco hacían buena pareja. No escondían su amor en ningún momento ni en ningún sitio. Se besaban por los rincones, se reían por cualquier cosa y escandalizaban sin querer las aburridas vidas del vecindario.
Francisco desafiaba feliz al escándalo que se había formado en las inmediaciones de su casa cuando se había hecho pública la aventura amorosa entre él y Juana. Andaba erguido y a la mínima oportunidad, una sonrisa impaciente irrumpía en su cara para demostrar que estaba eufórico.
Por fin había conseguido trabajo en el taller de mecánica.
Y Juana por primera vez desde que se le murió la infancia, se sentía querida y arropada. Francisco se había convertido en su familia, y le llegaban inesperados impulsos de renovación que hacían que se planteara nuevos retos.
La otra tarde cayó al suelo cuando uno de sus tacones se coló en el agujero de una alcantarilla. Se hizo tanto daño que allí permaneció quieta, abandonándose al llanto y sintiendo una profunda lástima de sí misma.
Hasta que un señor le ofreció ayuda para levantarse.
Cuando llegó a casa ya había decidido mandar a su “benefactor“ y a su asqueroso dinero a la mierda.
Decidió reducir considerablemente la altura de sus zapatos ahora que no tenía que mendigar amor, y se planteó conseguir trabajo, realizar un curso de diseño, y ganarse la vida con lo que siempre le había apasionado: el corte y la confección.
Se sentía capaz de cualquier cosa, y para la envidia de muchas, andaba más guapa que nunca.
¿Qué opinas?