
Cuando Lola llegó a la residencia, no encontró a nadie del personal por allí.
No le gustaba esa primera impresión de abandono, ya había hablado con el director un par de veces.
Pero conocía el lugar casi de memoria y se encaminó pasillo adelante.
Vió al marinero dormitando en una silla que levantó la cara cuando Lola pasó junto a él:
– Buenos días Don Manuel -dijo-, ¿cómo va la cosa?
– Pueees hoy…, hoy la mar está picada, habrá que hablar con el capitán…
– ¡Ah, eso siempre!, me alegro de verlo, Don Manuel, -dijo Lola yéndose…
– Ya sabe señorita, donde manda patrón…
– “Donde manda patrón no manda marinero”, diga usted que sí Manuel -respondió sonriendo.
Lola siguió adelante y se encaminó al comedor que olía a sopa de colegio.
Encontró a una de las auxiliares por allí y tras interesarse por su madre, se dirigió a ver a Rafaela.
Se la encontró mirando por la ventana.
– ¡Uy, qué seria!… ¿Qué pasa cómo estás, mamá?
– Bien hija, estoy bien…
– Me ha dicho Loli que llevas todo el día con la barriga suelta, a ver si has cogido una infección o algo, que yo a veces no sé si esta gente limpia bien…
– No te preocupes hija que estoy bien atendida. ¿Qué tal Marta?, -preguntó Rafaela, -¡ah!, le encantó la colonia, esta vez hemos acertado…
– Sí ya sé, le encantó, venía emocionada. Pero desde el otro día que estuvo aquí contigo es otra, así que ya me contarás de qué estuvisteis hablando, que últimamente me trae de cabeza…
Rafaela volvió a ponerse seria, y a sentir el miedo que le provocaba los retortijones de barriga.
– Verás, le conté algunas cosas…
Rafaela podía sentir sus manos y su voz temblorosas, pero liberó por fin palabras que llevaban demasiado tiempo ocultas en algún rincón del olvido:
– Le hablé de tu padre.
Lola que había permanecido expectante, cuando vio las lágrimas en los ojos de su madre, se quedó quieta y temerosa como una niña pequeña.
– Tengo que contarte muchas cosas Lola, y no sé si podrás perdonarme el que no te las haya contado antes. No es fácil para mí. Siempre he tenido miedo a tu reacción, pero me he dado cuenta que he sido una egoísta.
Hasta ese momento Rafaela había estado hablando con la cabeza baja, pero levantó la mirada y pudo ver a Lola paralizada, casi engullida por la silla que la sostenía, y continuó hablando como si la voz no le perteneciera.
Rafaela lloraba, se enfadaba y a veces se le atragantaban las palabras.
Pero conforme iba hablando y desvelando secretos, iba sintiendo su cuerpo más ligero, aliviado del enorme peso que le había quitado hasta la respiración todo ese tiempo atrás.
Cuando Rafaela paró de hablar, levantó de nuevo la mirada y vió a Lola llorando como cuando era pequeña. Sintió unas enormes ganas de abrazarla, pero tenía lejos el andador y no podía levantarse. Así que con voz llorosa solo atinó a pedirle un pañuelo de papel.
Lola liberándose de la silla que le había servido de cuna en esos momentos, cuando reaccionó, solo pudo darle el pañuelo a su madre y salir de allí corriendo.
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