
A Lola se le hizo eterna la mañana en la panadería. Entre cliente y cliente, había estado mirando su álbum de fotos y recordando muchos momentos de su vida.
No podía dejar de pensar en Mercedes.
Ahora entendía el cambio de actitud de su madre cuando ésta murió, y el sentido de las frases inolvidables que repetían las dos mujeres acompañándolas de una musiquilla, “las cosas no siempre son lo que parecen”…
Todas estas palabras resonaban ahora refrescantes en la cabeza de Lola. Tanto tiempo culpando a su madre de sus inseguridades amorosas por no haber rehecho su vida, y había nacido entre un amor tan puro, que ahora le parecía imposible vivir algo semejante.
Rafaela le contó que conoció a Mercedes en un cortijo al que llegó después de huir de su casa tras mucho vagabundear.
Capítulo 38, Si las paredes hablaran
Allí encontró a una mujer trabajando y sirviendo a una gran familia de hombres, cumpliendo la misión que le correspondía por ser la única hembra del clan. Sometida por sus hermanos, maltratada por su padrastro, indefensa y calificada de retrasada, Mercedes conoció el respeto y el agradecimiento en la persona de Rafaela.
La mujer a escondidas proporcionaba a Rafaela todo lo que le hacía falta para su recuperación; le dio tanto mimo y cuidado, que cuando la recién llegada estaba dispuesta a partir, su tripa había engordado considerablemente y adivinaron que estaba embarazada.
Mercedes no soportó la idea de continuar viviendo en el infierno después de haber conocido el cariño y el buen trato; y decidió huir con la recién llegada, cuidarla a ella y a su bebé como si suyos fueran.
Marcharon juntas las dos mujeres, sin nada más que la seguridad de que sólo se tenían la una a la otra…
Lola no dejaba de pensar en Mercedes, en su saber estar sereno y constante y su capacidad para ser indispensable sin hacerse notar. Ahora comprendía a la mujer que había dedicado su existencia a hacer feliz a su madre, y decidió que nunca más volvería a llamarla tía.
Estaba cerrando la panadería cuando llegó Vicenta y le comentó que a Felipe le habían dado el alta.
Lola se alegró, pero respondiendo a su necesidad urgente, corrió a ver a Rafaela. Entró en la residencia como una bala hacia la habitación de su madre.
Cuando entró, la encontró como el día de antes. Sentada y mirando por la ventana. Rafaela se giró:
– ¡Mamá!… -dijo Lola emocionada, corriendo a acurrucarse en sus faldas para fundirse ambas generaciones en un abrazo y un llanto común.
– Hija, perdóname…, -repetía Rafaela constantemente-.
– …Tenías que habérmelo contado, tenías que habérmelo dicho antes…
Así estuvieron un rato perdonándose y comprendiéndose, hasta que una auxiliar las interrumpió para acompañar a Rafaela al comedor.
– …Venga, que ya te llamo, mamá. Anda come que ya charlaremos más tranquilamente. Te quiero, te quiero mucho…
– Y yo a ti, hija, y yo a tí…
Cuando llegó al comedor y se sentó en la mesa, Rafaela se dio cuenta de que tenía hambre y muchas ganas de conversar…

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