Era uno de esos días prontos de primavera.
Un ligero calor hacía que los primeros brazos atrevidos de la temporada lucieran sugerentes al descubierto. Los escotes generosos e irreverentes invitaban a mirar los acicalados cuerpos de las adolescentes. El olor a azahar y el aire templado, colaboraban gratuitamente a crear un ambiente propicio para el amor y el desquite.
El cuerpo de Magdalena recibía abierto las sensaciones y parecía despertar de la frialdad del invierno.
Aquel día cuando Jesús la telefoneó y le propuso charlar un rato, ella se ofreció gustosa; como siempre.
Magdalena sentía debilidad por ese hombre, aun a sabiendas de que no era correspondida. Jesús siempre la utilizaba cuando la relación con su esposa amenazaba tormenta; que era como decir bastante a menudo…
Magdalena no entendía que Jesús no respondiera a ninguna de sus insinuaciones… A veces dudaba de su preferencia por las hembras.
Cualquier otro no habría dudado en aprovechar la oportunidad que tan fácil le ofrecía, porque Magdalena lo había intentado todo. Sus armas de mujer estaban agotadas, y su amigo no reaccionaba.
De todas formas, siempre era un placer verlo.

Así que una vez más se preparó y arregló para el inofensivo encuentro. Chocolate con churros y tertulia asegurada.
Salió a la calle recibiendo las últimas caricias templadas del sol de la tarde. Como casi siempre llegó con tiempo a la cita y se sentó en la mesita del rincón para verlo llegar.
Jesús apareció con una camisa blanca que le resaltaba el tostado de la piel. Magdalena se removió en su asiento aparentando forzada normalidad. Cuando esos ojos verde aceituna la miraban, Magdalena perdía cualquier atisbo de voluntad. La sonrisa con la que lo recibía le acompañaba ya hasta el día siguiente; y solía contestarle mecánicamente mientras miraba embelesada esos brazos grandes que ella imaginaba fuertes y duros.
Magdalena se dio cuenta hacía tiempo que había perdido el hilo de la conversación. Jesús hablaba y ella asentía totalmente ausente. Le miraba esa boca carnosa rodeada de una incipiente barba oscura que se movía sin cesar. La camisa abierta permitía a Magdalena adivinar los secretos de su pecho…
Magdalena empezó a pensar cómo se movería esa boca gustosa alrededor de su chocho… Y si esas manos serían capaces de hacerla chorrear de gusto…
Llegó el camarero con los churros y el chocolate. Al empezar a comer Magdalena imaginaba que estaba comiéndose su polla gorda y dura. Y se rebañaba con la lengua el chocolate que le chorreaba sobre la boca.
No podía imaginar que Jesús no fuera capaz de adivinarle las ganas.
Él seguía hablando y ella le sonreía ausente.
Empezó a notar como su coño se calentaba y abrió las piernas a todo el ancho que le daba la falda.
No recuerda si estuvo mucho tiempo charlando. Sólo que cuando terminaron el café Jesús le dió las gracias por aquella amable escucha. Se sentía más relajado y prometió volver a llamarla.
Entonces Magdalena se dio cuenta que también necesitaba relajarse. Y fue a su casa a masturbarse pensando que Jesús no reaccionaba mientras se le escapaba la vida entre lamentos.
¿Qué esperaba para dejar a su mujer y buscarse novio?…
Carmela, relato erótico 😉
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