La realidad siempre supera la ficción es una frase que he repetido muchas veces ante sucesos inexplicables; aunque para mí las tragedias, los accidentes, las enfermedades… han sido cosa de otros.
Yo siempre he estado fuera de esas banalidades mundanas. Me he limitado a mirar al mundo impasible y a compadecer la debilidad de mis congéneres.
Me ha costado trabajo aceptar que soy igual de vulgar que el resto de los mortales. Mi ego no me ha dejado ver más allá de mi persona, hasta dudo de que alguna vez haya estado enamorado.
Las mujeres siempre han sido algo a mi servicio. Me he regocijado viéndolas sufrir con esa patética sumisión ante mi persona, las he visto llorar y suplicarme, para luego yo presumir de fortaleza.
Desde pequeño intuí que gozaba de impunidad ante las crueldades.
Banalidades
Recuerdo la primera vez que saboreé el poder ante la humillación ajena.
Cuando vivía en el campo vi a una vecina entrar en el cuarto de baño y abrí la puerta para verla con las bragas por las pantorrillas. Estuve riéndome de ella todo el tiempo que estuvo mi padre carcajeándose de mi ocurrencia; mientras la mujer avergonzada no sabía si esconder la cara o sus partes íntimas.
El desprecio lo he aprendido de mi padre.
Lo he visto sudado, lleno de tierra y oliendo a bestia sentarse en la mesa de la cocina a esperar que mi madre le sirviera la comida. Lo he visto probarla con desgana y decirle que estaba fría o sosa, para levantarse e ir al bar a comer.
Entonces era yo el que le reía la ocurrencia y lo acompañaba para que no comiera solo, bajo la eterna y llorosa mirada de mi madre. A ella nunca la he oído quejarse ni poner mala cara; ni siquiera cuando por las noches miraba por la ventana cómo mi padre entraba en casa de la vecina.
Y así he tratado yo a todas las mujeres que he conocido en mi desgraciada y triste vida. Las he humillado, les he sido infiel y he hecho siempre lo que me ha venido en gana sin ningún miramiento por ninguna. Cuanto más cruel he sido más a mis pies estaban.
Como cuando me estrené en las artes amatorias con la hija de la vecina. Ella estaba cogiendo flores en una posición sugerente para mí y no pensé nada más. Hice mío el “objeto” de deseo.
Y yo no es que fuera guapo ni bien parecido, ni siquiera tenía buenos modales. Era alto eso sí, pero siempre he andado desaliñado y sucio como mi padre. No he entendido como mujeres de buena familia y con educación han podido fijarse en mí.
Cuando estaba en el colegio cambiaba los exámenes, copiaba, y robaba dinero, o lo que fuera. Si no me gustaba el bocadillo que llevaba de merienda, se lo mangaba a cualquier compañero.
Recuerdo a Raúl, un niño mucho más bajito que yo al que no tenía que decirle nada; nada más acercarme, me daba su comida y salía corriendo.
Entraba en el baño de las niñas y les abría las puertas para reírme de ellas como había aprendido a hacer.
No tenía conciencia ninguna de que lo que hacía estaba mal. Simplemente quería algo y lo cogía.
Con los animales también he sido cruel. Intentaba matar los conejos con piedras y los pájaros con el tirachinas. Me encantaba ver cómo huían de mí, me sentía poderoso; solamente con Bartolo tuve un momento de debilidad. Confieso que sentí algo de lástima por él.
Era un perro que nos ayudaba a encerrar las ovejas. Venía siempre detrás cuando acababa la faena y mi padre lo echaba a patadas. Yo no tuve otra ocurrencia que atarlo a un árbol para que no nos molestara, pero no volví a acordarme de él hasta que pasé de casualidad por el sitio.
Estaba en la misma posición que lo dejé, pero muerto.
Me sentí culpable y aquello no se lo conté nunca a nadie.
Cuando mi madre me daba las sobras para que Bartolo comiera bajo la cínica sonrisa de mi padre, yo las cogía y las vaciaba en cualquier lugar; hasta que un día la mujer dejó de darme comida y sin decir nada, se dedicó a tirar migas de pan a los pájaros.
No sé qué provocó en mi persona la muerte de Bartolo y la reacción de mi madre. Quizás en un intento inconsciente de redimir mi culpa, me dio por matar moscas. Las cazaba con un vaso y me entretenía en ver cómo agonizaban sin aire poco a poco.
Me sentía bien cuando mi madre decía que parecía que había menos moscas en la cocina.
Banalidades
Han pasado los años.
Yo ya no soy aquel niño o chaval travieso que campaba a sus anchas por el universo de la vida sin tener que rendirle cuentas a nadie.
Después de dar muchos tumbos, acabé en la ciudad trabajando de portero en un pub cualquiera y ahí sigo.
Mis padres continúan viviendo en el campo y voy a verlos más bien poco.
Una noche me desperté sobresaltado.
Estuve días muy inquieto y el desasosiego me llevó al lugar que me vio nacer.
Cuando llegué vi a mi madre más tranquila que nunca, como más dócil; yo diría que en paz. Me contestaba mirando al infinito y sonreía de una manera conmovedora.
No supe verlo, tenía que haberlo sospechado; emanaba una inocencia que disparó mis alertas.
Nervioso recorrí una tras otra las dependencias de la casa de mi infancia presintiendo lo peor.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando comprendí que mi padre no estaba; sentí un vértigo que casi me tira al suelo.
No sé por qué con las manos temblorosas abrí la nevera que compré las pasadas navidades, y el humo frío me dejó paralizado.
Estaba lleno de fiambreras blancas, inmaculadamente limpias, meticulosamente etiquetadas: manos, pies, cabeza, antebrazos…
Apenas me salió la voz del cuerpo para preguntar,
– mamá, ¿dónde está papá?.
Banalidades
El macabro incidente de mis padres ha hecho mella en mí y tengo pánico.
Sinceramente no es que sienta empatía por los demás ni mucho menos, ni siquiera por mis progenitores; pero estoy débil y tengo miedo de que el cosmos conspire contra mí y me haga pagar todo el mal que he hecho.
Toda esa vida que mi madre ha llevado llena de silencios ante el desprecio, de agachar la cabeza ante las injusticias, toda esa vida de humillaciones y sumisión, tenía que estallar por algún lado.
Ahora me doy cuenta de que he vivido en una espiral de egoísmo sin límite; si me empeñara en ello no acabaría de hacer una lista con mis brutalidades.
Veo cómo el aura infinita que pensaba me protegía de banalidades y aciagas desdichas ha dejado de hacerlo de la manera más inverosímil.
En un momento de lucidez han desfilado por mi cabeza muchos momentos de mi vida.
Tanta crueldad gratuita, tanta violencia contenida, tanto desprecio por lo ajeno, tanta arrogancia…
He robado y ninguneado a los demás conscientemente y me he creído por encima del bien y del mal, como mi padre.
Siempre he callado en un silencio cómplice las barbaridades del hombre al que creí respetar.
Porque ahora me doy cuenta, que al igual que yo con mi padre, mis compañeros de colegio nunca me tuvieron respeto, sino miedo.
He acabado con la fidelidad y frescura de los animales sin ningún pudor; el pequeño Bartolo…
Pero sobre todo desfilan por mi cabeza una a una las mujeres que han pasado por mi vida y he ofendido con mi insultante soberbia.
A la hija de mi vecina le arrebaté por la fuerza lo que nunca quiso darme.
A la Reme la preñé dos veces y dos veces la obligué a abortar.
Con Sole tuve una hija y las abandoné cuando supe que la niña tenía Síndrome de Down.
Con Loli la profesora siempre discutía por la higiene y la buena presencia, y me presentaba en sus actos públicos sucio y después de llevar horas en el bar.
Y tantas otras… las féminas para mí han sido de usar y tirar.
Tengo remordimientos.
El equilibrio; eso del ying y el yang puede otra vez poner las cosas en su sitio.
La culpa no me deja dormir bien por las noches y padezco insomnio. Me despierto sobresaltado con un cuchillo jamonero sobre el cuello.
A veces en mis noches aparece la hija de la vecina, las niñas de mi colegio, la Reme, la Sole… que se han convertido en gigantes y se unen en manada. Vienen corriendo tras de mí hasta que me arrinconan y pisotean mi cuello.
Hasta el perro Bartolo aparece en mis pesadillas arrancándome a bocados los brazos y los pies.
Vivo aterrorizado con que la madre naturaleza haga justicia conmigo.
¡Mierda de karma!
O son las pesadillas, o una voz que no puedo controlar dentro de mi cabeza que canta insistentemente:
“cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”.
Mamá, Historias de familia
🙂 Virginia, mis vídeos
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