Capítulo 2
3
El cabrero marchó sin dar crédito a lo que vieron sus ojos.
Sagrario abandonada a los placeres de la carne, gozando en el suelo como una vulgar prostituta de las que él frecuentaba…
Cada vez que recordaba la escena un calor le subía de la barriga a la garganta y tragaba saliva, intentando digerir la mezcla de odio e indignación que desde entonces se había apoderado de él.
Raimundo había nacido de una madre enferma, a la que nunca perdonó que muriera abandonándolo a su suerte cuando recién había cumplido los cuatro años; y de un padre alcohólico, que murió poco después al rodar por un terraplén en plena borrachera.
De la muerte de su padre sólo recuerda sensación de alivio.
Huérfano, Eduarda se ofreció a hacerse cargo del chiquillo junto a sus hijos Eduardo, José, y a su hija Margarita.
Raimundo llegó al nuevo hogar para cumplir los siete años. Aún recuerda como si fuera ayer el desprecio de los hijos de la señora, que se empeñaron en recordarle que no pertenecía a esa familia.
La niña Margarita le mostraba relativo aprecio, pero nunca fue capaz de dar la cara por él. Cuando Eduarda aparecía para poner paz en algún altercado, Margarita callaba incapaz de traicionar a sus hermanos; aunque bajara la cabeza avergonzada de su actitud.
Eduarda que se había hecho cargo del chiquillo más por la presión del párroco que por iniciativa propia, para acallar su conciencia los trataba a todos por igual. Tenían lo mismo se portaran mal o bien, y no solía prestar demasiada atención a las peleas entre ellos salvo si le molestaban en exceso. Raimundo odiaba tanta imparcialidad, y a los trece años el chico decidió vivir solo. Como pudo en lo alto de un cerro, se hizo un pequeño refugio para cobijarse que poco a poco fue convirtiendo en su hogar.
Así se convirtió en un hombre solitario. No entendió por qué nadie lo quiso nunca, ni por qué dios no lo bendijo con una familia como al resto de los mortales; por qué nadie se ocupó de su educación y del miedo que le daban las tormentas por la noche.
La sensación de que el mundo había conspirado contra él lo dominaba por completo y sentía un rencor profundo.
Forastera en el pueblo Sagrario había sido para él un soplo de aire fresco yenfermizamente la había idealizado.
Veía en ella a una persona inteligente y culta, cariñosa, cuidadosa, guapa… Era distinta a las que él había conocido hasta entonces y lo más importante, sin prejuicios hacia su persona. Había pensado que la profesora sería capaz de comprenderle y de darle el cariño que siempre había necesitado. Que entendería la vergüenza de su tartamudez, y sería capaz de descubrir al tierno ser humano que se escondía tras el desdén silencioso. Sería capaz de comprender su sufrimiento.
Pero todas sus esperanzas en la mujer se esfumaron cuando la vio disfrutar con otro hombre. Era incapaz de perdonarla. Se sentía traicionado en lo más hondo de sus entrañas y le entró una amarga sensación de pánico.
La ira lo puso caliente.
Agarró a “la negra” y empezó a embestirla con violenta desesperación llamándola puta. La cabra chillaba…
Raimundo se vació imaginando que entre sus manos poseía el culo de la profesora.
24-07-2017
Capítulos 4 y 5
Deja tu comentario, y si quieres recibir en tu correo electrónico un aviso de la próxima entrada, suscríbete a la web!
¿Qué opinas?