Capítulo 3
4
Ajena a las miserias del cabrero, Sagrario no podía quitarse la sonrisa de la cara después de la experiencia que había vivido. Se sentía golfa y esa sensación le gustaba.
La noche que se masturbó y aquella mañana, habían sido las mejores experiencias sexuales de su vida.
Recordó a su novio y la relación que mantuvo con él. Después de tantos años de convivencia nunca se había sentido tan mujer como ahora.
Sagrario se contemplaba en el espejo y veía a una mujer satisfecha, húmeda y caliente. Olía a sexo. Y le gustaba.
Había pasado una semana y todo transcurría con normalidad salvo el comportamiento de Raimundo.
Tres días hacía ya que el cabrero había sido testigo de la aventura de Sagrario, y no podía borrar de su mente aquella imagen.
Se sentía traicionado y decidió tomar cartas en el asunto porque la profesora había ido demasiado lejos. No podía permitir que la que él consideraba su mujer se comportara como una zorra.
Así que a primeras horas de la mañana cuando Sagrario iba camino de la escuela, sin pensárselo dos veces salió a su encuentro. La joven se sobresaltó porque Raimundo pareció salir de la nada de repente, y lejos de tranquilizarla o saludarla, el cabrero desafiante fijó en ella sus negros ojos.
Sagrario casi se cohíbe, pero harta de las rarezas del hombre intentó hacerle frente.
¿Qué miras Raimundo? – preguntó furiosa.
El cabrero no se había preparado para aquel alarde de valor y lo único que atinó a decir fue:
A mí no vas a engañarme.
¿Qué estás hablando “jodío” loco?– contestó Sagrario perpleja y comenzó a ponerse nerviosa. Ignoraba la razón de esas palabras, pero el rechazo que sentía hacia el hombre era tal que no estaba dispuesta a tolerar necios comportamientos; y en otro arranque de valor sentenció:
Mira, tengo prisa.
Pero cuando Sagrario se dispuso a andar, Raimundo la agarró fuertemente del brazo. Pegó su cara a la de ella y le dijo:
El otro día te comportaste como una guarra… ¿así quieres que te trate?
Sagrario miraba inquieta de un lado a otro. Sentía el aliento del cabrero en su cara y le estaba dando náuseas.
Le dolía el brazo que el hombre apretaba cada vez con más fuerza.
¡Suéltame!, ¡suéltame te digo!, que me sueltes… – casi chillaba la profesora asustada, haciendo esfuerzos por despegarse del hombre.
Hasta que Raimundo no percibió el miedo en la voz de Sagrario, no sintieron alivio sus entrañas.
Fue aflojando entonces su mano sin quitarle los ojos de encima, sonriendo y pensando satisfecho que estaba haciendo justicia…
La soltó y Sagrario salió corriendo como alma que lleva el diablo.
5
Los pintores habían acabado ya de encalar el patio y comenzaban a pintar el interior del colegio por el pasillo central. Sagrario contrariada veía como las semanas iban avanzando y temía la vuelta a la rutina. La señora Eduarda cada día la sacaba más de quicio, y aunque intentaba no darle importancia, desde el encontronazo no soportaba tropezarse con Raimundo.
Con los pintores al menos estaba entretenida, y aunque parecía tarea imposible, aún mantenía la esperanza de darle otro gusto al cuerpo con Manuel antes de que se marcharan; pero el hombre se comportaba como si nunca hubiera pasado nada entre ellos.
Y por lo que respecta a los demás, parecían no tener más inquietud que fumar y acabar su trabajo lo antes posible. Así que Sagrario resignadamente intentaba continuar la cotidianidad de sus tareas.
Aquella tarde cuando los hombres se habían marchado, la profesora decidió quedarse un rato más en el cole para recoger y ordenar la clase que al día siguiente sería pintada.
En esa tarea estaba cuando de repente oyó un ruido que la sobresaltó. No le prestó atención hasta que lo escuchó de nuevo proceder del mismo sitio. Alguno de los pintores o algún chiquillo curioso andaba por ahí. Se encaminó a ver qué pasaba.
Virginia Fuentes, Eras libro
Era en la sala del fondo. Asomó tímidamente por la rajilla de la puerta y lo que vio le aceleró el corazón.
Eran dos hombres. Uno al que llamaban “Rubio” tenía los pantalones por los tobillos, y el amigo que siempre andaba con él estaba desnudo. Sagrario se ruborizó al ver los viriles miembros luciendo en todo su esplendor, pero curiosa e intrigada permaneció observando tras la puerta.
El más alto agarró al “Rubio” cuando éste le ofreció el trasero y comenzó a arremeter vehemente contra él. Gemía cada vez más excitado con la cara transfigurada por el deseo, hasta que su agitación terminó en un lujurioso orgasmo. Parecía agotado de placer, pero el hombre tras acompasar su respiración abrazado a las caderas de su compañero, comenzó lascivo a comer del sexo que se encontraba a pocos centímetros de su boca.
Sagrario miraba silenciosa con el corazón palpitante sintiendo cómo se humedecía su prenda más íntima. Nunca había visto hacer el amor a dos hombres, y excitada abrió las piernas para tocarse.
Raimundo por allí pasaba y se acercó a fisgonear. Cuando se asomó por la ventana el estupor lo dejó paralizado. Sagrario despatarrada en el suelo masturbándose, carleando el hambre de sus dedos y su sexo.
El cabrero furioso dio la media vuelta y arrancó a andar deprisa intentando asimilar lo que había visto.
Pero iba con la virilidad tan dura que tuvo que descargar en el culo caliente de una de las gallinas de Eduarda.
28-07-2017
El desenlace I
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