Se llamaba Umma.
Nació niña en una familia acomodada en la que nadie ponía en duda que vestiría de color rosa, y fue creciendo cuestionándolo todo como lo más natural del mundo. Era morena de piel y de cabello, y miraba expectante al mundo con ojos grandes y verdes.
En la aldea donde creció, en la que el estiércol de las bestias y el canto de los gallos coloreaban el ambiente, Umma solía dejar sin palabras a sus mayores. Se convirtió en una joven hermosa y rebelde, y más pronto que tarde, comenzaron unos conflictos familiares que la limitaban en sus acciones y en sus pensamientos; así que con miedo y muchas dudas, decidió independizarse a pesar de la incredulidad de su familia y la de los vecinos de la aldea.
Aún sin haber terminado sus estudios, Umma partió con unos amigos y muchas expectativas al norte, a trabajar en el campo. Siempre ha habido un nivel de vida más elevado en el norte que en el sur de cualquier parte, y Umma allí vivió una historia que nada tenía que ver con lo que ella había conocido hasta entonces; porque procedía de un entorno rural, sí, pero al fin y al cabo, su padre era el terrateniente del cortijo.
Como era costumbre en muchos lugares, en su nuevo destino tampoco querían mujeres en las faenas agrícolas, y Umma tuvo que suplicar para que la emplearan en un almacén de fruta envasando la cosecha. Nunca imaginó verse en esa tesitura, era una jornalera más sin ningún tipo de privilegios, para ella, una gran humillación; pero tenía que demostrar que la aventura en la que se había embarcado a pesar de todo y de todos, le había salido bien. Y elucubraba un futuro…

Se había enamorado de uno de los hijos de su jefe, que solo le hacía carantoñas cuando llevaba la fruta recolectada a la nave. Berto, así se llamaba el muchacho, le guiñaba un ojo, le tiraba besos y hasta acercaba la mano demasiado cerca de su trasero cuando se cruzaban. A Umma todo aquello le producía una profunda excitación. Solo con la posibilidad de que el chico apareciera por el almacén, sentía un calor desconocido que le inundaba todo el cuerpo. Avisaron que al día siguiente tenían vacaciones para homenajear a la patrona del pueblo, y convocaban a los trabajadores a participar en la fiesta. Umma se arregló con la poca ropa que había rescatado de su saturado armario sureño, y se maquilló deseando encontrarse con su enamorado. Acostumbrada a verlo con el traje de faena, le pareció muy elegante con un pantalón negro y una camisa blanca; pero no contaba con que fuera con una chica de la mano, y que no se fijara en ella cuando felina se paró a observarlo con sus ojos grandes y verdes.
Umma tenía que restablecer su orgullo herido, y no encontró mejor manera para hacerlo que acceder a las demandas de uno de sus amigos, Érico. Siempre le había dado calabazas, pero esa noche hicieron el amor debajo de un manzano, mientras Umma miraba al cielo con lágrimas en los ojos.
Cuestión de supervivencia
Umma no olvidaría aquel verano fácilmente, ni a la gente que allí conoció, ni el desprecio que sintió, ni su miedo por casi todo a veces irracional. Y no volvió a su aldea cuando acabó la temporada; como si tuviera que ser así, Umma y Érico fueron a vivir juntos, y ella se afanó en encontrar trabajo de lo que fuera lo antes posible.
Lo encontró en un stand vendiendo libros. El sueldo le pareció escaso, pero como la necesidad apremiaba, se ilusionó y todos los días llegaba puntual y sonriendo a su puesto de trabajo. Aunque le duró poco el entusiasmo. Sus jefes eran un matrimonio aparentemente bien avenido, pero la mujer se ausentaba demasiado a menudo del puesto, y a Umma le incomodaba la exagerada amabilidad del hombre. El resultado fue que tenía que atender prácticamente sola cuatro metros llenos de estanterías con libros; y reponer los que se iban vendiendo; y acarrear cajas de la furgoneta al stand y del stand a la furgoneta; y comprar el almuerzo para su jefe y para ella todos los días a la hora de la siesta; y ser amable; ser amable y sonreír. El que era su jefe, se limitaba a mirarle el escote y a decirle dónde se encontraban los ejemplares que pedían las muchas personas que pasaban por la feria del libro.
Para Umma todo era cada vez más desagradable, pero lo que no podía soportar, era que cuando llegaba a casa, Érico siempre estaba con los amigos bebiendo cerveza.
Érico no era especialmente guapo, pero tenía una magia especial que lo hacía muy atractivo; solo que Umma en esos tiempos lo veía cada día más barrigón.

Intentando compensar las incomodidades que estaba viviendo, Umma comenzó a guardarse algún euro de más en el bolsillo cuando daba el cambio en el puesto. Se sentía bien haciéndolo, la adrenalina y la dopamina se le disparaban. Al principio fue tímidamente, pero cuando vio que su jefe parecía no darse cuenta, todos los días se llevaba un sobre sueldo a casa. Aún así, deseaba que acabara su calvario lo antes posible, porque el gordo, calvo y obsceno de su jefe, aprovechaba la mínima ocasión para rozarse con ella incluso cuando estaba la mujer delante. Además, por más que contaba los euros, con el dinero que estaba ganando, apenas tendría para pagar dos meses de alquiler y llenar la nevera; y Érico no movía el culo del sofá. Así que un día que llegó del trabajo y encontró la nevera llena de cerveza, le dijo que se le había acabado la buena suerte y que no quería verlo más.
En alguna ocasión estuvo tentada de pedirle que volviera, pero contuvo sus impulsos cuando recordó lo mal que le olían los pies. Y ahí acabó todo. Entonces apareció Omás.
Cuestión de supervivencia
Omás era físicamente resultón y de profesión maestro. Se conocieron esperando la cola en el servicio de un pub. Los comentarios tontos llevaron a una intensa conversación en la barra, y la intensa conversación en la barra, llevó a tener una cita al día siguiente. “Nada de sexo la primera noche, que yo soy muy respetuoso”, presumió Omás orgulloso de sí mismo.
La segunda vez que coincidieron fue en una exposición de pintura modernista, la tercera en el cine viendo una película de miedo, y en la cuarta ocasión, fueron a cenar a un restaurante mexicano. Umma no tenía demasiada experiencia en eso del amor, pero recordaba los buenos ratos que había pasado con Érico los más de tres años que habían estado juntos, y los echaba de menos. Al salir del restaurante, Umma se mostró muy afectuosa con Omás. Cualquiera se hubiera percatado de las insinuaciones de la mujer, pero él pareció no darse cuenta, y Umma otra noche más, subía sola las escaleras de su casa después de haberlo besado en la puerta; se sentía rechazada y muy aburrida. Al día siguiente lo llamó para aclarar las cosas, pero se sorprendió despidiéndose educadamente de la madre por teléfono. No quiso saber nada más de él.
Umma pensó que era momento de continuar sus estudios, algún día sería profesora y esa idea hacía que le brillaran los ojos. Buscaría alguna ocupación que le permitiera cubrir gastos y seguir estudiando. No contaba con que la feria estaba a la vuelta de la esquina y con que era una ocasión estupenda para entretenerse; y eso pasó.
La primera noche mientras recorría las casetas buscando trabajo, conoció a JotaJota. Sucumbió a sus encantos rápidamente. Tenía una belleza exótica y era muy divertido, médico y cubano. Llevaba el ritmo en el cuerpo y ella solo tuvo que dejarse llevar; eso, y enseñarle a bailar sevillanas. JotaJota tenía más edad que Umma y el poder de la masculinidad; si en el mundo de Umma ese hecho suponía una ventaja para casi todo, en el país de JotaJota parecía ser un privilegio indiscutible. Si no hubiera sido un personaje tan singular, Umma hubiera dicho de él que era un pijo engreído.
Lo que en principio fueron encuentros festivos y casuales, se convirtieron en habituales y programados. Pero la magia que había surgido entre ellos espontáneamente, no fue más fuerte que las diferencias y los desencuentros. Las peleas entre ambos eran constantes, JotaJota cada vez hablaba con más desprecio, y Umma conforme pasaba el tiempo, iba sintiéndose más chiquita. Después de intentarlo mil veces, un día se atrevió y le dijo claramente que quería terminar con esa relación. El hombre salió casi aliviado por la puerta y Umma volvió a respirar tranquilidad.
En esos momentos quizás hubiera necesitado un hombro donde llorar, pero no supo a quién acudir, así que se sacudió las penas y continuó con su objetivo de continuar los estudios. Pensó también, que encontrar una persona con la que compartir la vida, estaba resultando una tarea más complicada de lo ella siempre había imaginado; además, se estaba volviendo muy selectiva.

Una cosa llevó a la otra. Conoció a gente con la que nunca imaginó relacionarse y otras maneras de vivir. No le resultó difícil vender droga, las pastillas eran fáciles de transportar y de vender, y a eso se dedicó. Cuando asomaba el más mínimo resquicio de remordimiento, pensaba que aprovechaba el tiempo estudiando como tanto le repetía su madre. En esa época ingresaron a su padre en el hospital y volvió a tener con su familia un contacto prácticamente diario. Cuando se relacionaba con ellos volvía a ser esa niña rebelde a la que su madre le preparaba una fiambrera con comida. Y por las noches se vestía de “femme fatale” para hacer negocios. Umma estaba en esa edad en la que todo el mundo pregunta por la maternidad, y a veces pensaba que las cosas le hubieran resultado más fáciles si hubiera seguido el camino establecido; pero ya no podía dar marcha atrás. Ni quería.
Cuestión de supervivencia
Una noche después de salir del hospital, en un pub en el que estaba haciendo dinero, conoció a Omara. Después de llevar un rato hablando con ella se dio cuenta de que era un hombre. Omara llevaba una melena color caoba que luego dijo que era una peluca, los ojos y los labios maquillados de colores con purpurina, y fumaba y hablaba con mucho desparpajo. La noche se le hizo muy corta con las ocurrencias y los comentarios de Omara, tanto, que quedaron para el día siguiente. Un botellín de agua estaba tomando en la cafetería donde habían quedado, cuando de lejos vio cómo se acercaba Omás.
Se removió incómoda en la silla, no había vuelto a verlo desde que por teléfono se despidió de su madre. Omás se acercó a Umma y con un descaro inusual, se sentó al lado de ella. Cruzando las piernas le dijo:
- Llámame Omara, corazón.
Umma desconcertada quiso hablar, pero de su boca solo salió una sonrisa de sorpresa. Estuvieron un rato mirándose y reconociéndose, no fluían las palabras, solo las risas.
- ¿Pero para qué quedabas conmigo? -preguntó Umma.
- Hija, un poquito de vidilla tengo que darle a mi madre de vez en cuando -y comenzaron a reír de nuevo; Omás fue otra vez Omara.

No era ella la única que llevaba una doble vida. Omás era educado y amante hijo de día, y divertida y loca travesti de noche. Cuando Umma le preguntó dónde se vestía sin que su madre sospechara nada, descubrió el gran secreto de Omara. Trabajaba algunas noches en un teléfono erótico, y era allí donde daba rienda suelta a su travestismo. Allí se maquillaba, se vestía de mujer, y respondía a las fantasías sexuales de algunos clientes a través del aparato. Omara le dijo guiñándole un ojo, que acababa de irse una chica colombiana y quedaba un sillón libre. Volvió a disparársele la adrenalina como cuando robaba dinero, y aunque desconcertada por el ofrecimiento, Umma sin pensarlo, dijo que sí. Y así es como dejó el mundo de las drogas, en medio de conversaciones “subiditas de tono”, de gemidos orgásmicos y de bocadillos de jamón.
Cuestión de supervivencia
Umma aprobó su carrera de magisterio y quedó la primera en una prueba para una plaza pública de educación secundaria.
A Umma le gustaba tranquila tomarse un café por las mañanas antes de comenzar su jornada de trabajo, y solía recordar. No tenía nada que ver con esa joven inocente que salió de la aldea huyendo de la incomprensión, y que se enamoró perdidamente del hijo de su jefe. Muchas experiencias vividas desde entonces, y muchas relaciones difíciles de etiquetar; hasta ella misma era difícil de encasillar, y sonreía orgullosa de sí misma.
Aquel día en el semáforo, llegó un tipo con un amplificador y paró el tráfico. Empezó a sonar una música que inmediatamente llamó la atención de Umma. Levantó la cara y sí, pudo ver a JotaJota tan seductor como siempre, moviendo el cuerpo a ritmo de son cubano. En una de sus vueltas sus ojos se tropezaron y JotaJota se le acercó sonriendo. La agarró de la cintura y Umma por un momento volvió a dejarse llevar por el compás, pero los pitidos de los coches la sacaron de su ensimismamiento.
Cuestión de supervivencia
No tenía tiempo para charlar, llegaba tarde a clase, pero pudo oír a JotaJota decir:
- Qué bien te veo, mami -Umma odiaba que la llamara mami-, ¡cómo ha cambiado el cuento! -dijo.
- Tengo prisa Jota Jota -respondió Umma sin querer pararse.
Y JotaJota con la tranquilidad que le caracterizaba dijo:
- ¿Pero dónde tú vas tan rápida, sin que hayamos conversado, mi amor ?, cuando quieras quedamos.
- ¿Para qué JotaJota? – respondió Umma marchándose.
A Umma le sorprendió el buen humor de JotaJota a pesar de estar en la calle buscándose la vida. Seguía manteniendo el ánimo y había perdido ese aire arrogante que a veces le había hecho ser tan insoportable. Pero a Umma la esperaba un grupo adolescente con las hormonas revolucionadas y estaba deseando encontrarse con ellos.
Cuando entraba por la puerta del instituto, un perro que parecía abandonado le dio la bienvenida. A pesar de las carantoñas del animal, tuvo que echarlo para que no la siguiera escaleras arriba.
Daban las tres cuando salía por la puerta del colegio.
Ya ni se acordaba del perro, pero allí estaba él inmóvil, mirándola y moviendo el rabo como si no hubiera un mañana. A Umma no le apetecía llegar a su casa, el día anterior no había comprado y no tenía preparada la comida. Se acordó de los platos tan elaborados con los que Érico solía sorprenderla; pero ahora no había nadie esperándola.
De repente, una ligera sensación de bienestar se apoderó de ella cuando miró al animal que allí seguía expectante; quizás fuera él ese compañero de vida que estaba esperando.
Volvió a disparársele la adrenalina; sonrió volviendo la cara y le dijo al perro:
- Vamos, ¿a qué esperas? -y el animal feliz, corrió tras ella.
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