Solidaridad, ¿en qué momento se me quedó vacío ese palabro?, quizás ahora, cuando más que nunca nuestra sociedad está inmersa en el enfrentamiento social. Siempre fui un tipo rudo, según mi madre un bruto; hay gente que me ha considerado un hippy y hasta yo me lo he creído en algún momento, pero lo que sí es cierto, es que siempre he sido fiel a mis ideales y discrepo con los demás bastante a menudo.
Supongo que por eso desde el principio, he cuestionado los entresijos de esta plandemia que nos azota, y me siento cercano a esa actitud rebelde mal llamada “negacionismo”. Recuerdo cuando empezó toda esta situación con el confinamiento: el desconcierto de salir con el perro alrededor de casa mientras los vecinos inquisidores acechaban por las ventanas, el aplauso a los sanitarios a las ocho de la tarde que nunca entendí por qué tanto alavar a los que cumplen su trabajo… y tantos otros despropósitos, como atreverse a salir al supermercado, que entonces, era un acto temerario.
Yo sentía insoportable la presión social tras acusadoras miradas o saludos sin respuesta, y esas frases tan manidas que tanto me irritaban y colgaban de los balcones, como la de que “todo va a salir bien”, o la de que “cuando todo pase, seremos mejores personas”.

Me he sentido culpable en muchas ocasiones por no compartir con mis vecinos esos sentimientos.
No suelo caerle bien a la gente, y la obligada máscara ha sido un parapeto tras el que esconder el rechazo que me produce eso que llaman “nueva normalidad”. Aunque supongo que el anonimato del bozal no ha sido suficiente para esconder mi arrogante y soberbia actitud, porque he terminado discutiendo con los demás igualmente, por las colas, por la excesiva burocracia para todo, por el falso trato amable…
Estoy en desempleo, la verdadera pandemia del siglo veintiuno; aunque esta situación me da una libertad muy necesaria en estos momentos. Además veo mucha gente insolidaria que trabaja y no sabe apreciar lo que es tener un sueldo a fin de mes; ¡bueno!, a lo mejor hay que ver las condidiones laborales, que esa es otra. Yo pretendo trabajar para vivir, y no vivir para trabajar, pero eso parece un lujo y un imposible. Supongo que este hecho de la cuestión económica que limita toda una vida, contribuye a lo que mi madre llama mal humor.
Aunque para ser presa del enfrentamiento social, no hace falta ningún acontecimiento específico, basta con dejarse llevar por los clásicos, por ejemplo, la diversidad. Y no me refiero a la sexual, que también, sino a la heterogeneidad colectiva, porque hay gente para todo. Por ejemplo están los que tienen perro y los que no, yo me encuentro entre los primeros; y se podría vivir en paz con respeto, pero pasa que en esta disyuntiva suelen ganar los que no tienen perro… Y puedo seguir con la heterogeneidad colectiva y esa disyuntiva clásica entre los que comen carne y los que no, con todas sus variantes, por ejemplo…
Hippy y bruto
Pero hay algo que a mi entender, aglutina todo esto. La política, otro palabro que se me quedó vacío hace tiempo. Porque eso de la democracia es muy difuso. Nuestros políticos dicen que el pueblo es el soberano y se quedan tan panchos, pero ¿quién es el pueblo?, ¿la mayoría?, ¿y si la mayoría es una masa informe que se conforma con lo que ofrecían los romanos a la plebe, el “pan y circo”?, o sea, que la minoría social siempre queda excluida y tiene que acatar la doctrina de la mayoría, aunque ésta sea una masa informe y borrega. Hablo de la minoría del pueblo llano evidentemente, porque luego está la minoría privilegiada con sus privilegios, pero ese es otro tema…
Porque claro, si te encuentras dentro de esa mayoría, es muy fácil dejarse llevar por el ego. El ego, ese aprecio por uno mismo tras el que suele esconderse la solidaridad. Porque no nos engañemos, ¿a alguien de verdad le preocupa la desgracia ajena?. Ante la adversidad, siempre surgen los que te ayudan desde la superioridad que les concede la situación de emergencia en la que te hayas, o los que se compadecen de tu realidad y te ayudan agradeciendo a dios o a la vida que no les haya tocado a ellos… O los que te acusan, abiertamente o no, de ser el culpable de tu desdicha…
Para todos ellos, en el fondo sería muy gratificante que tu mísera realidad se prolongara eternamente y seguir alimentando su ego. Pero entonces va la vida y usa su balanza para hacer ver a los ególatras la fragilidad de su narcisismo. Y aparecen los conflictos, porque el ego de los otros se sostiene con la delgada línea de tu miseria.
Y esto me lleva a esa frase del siglo XVIII que decía que “el hombre es un lobo para el hombre”, y que dejaba entrever que en la naturaleza humana hay algo que te lleva a luchar contra tu semejante, parece que no evolucionamos.
Todo esto cavila mi cabeza durante su tiempo libre. No está mal para ser un bruto 😉
25-08-2021
Deja tu comentarioy suscríbete!

¿Qué opinas?