Hubo una vez un hombre, Ezequiel, que soñaba y soñaba. En su alborotada imaginación fantaseaba con ver gente diferente, con los animales que veía por televisión, con bañarse en el mar, con trepar una montaña… nunca había tenido esas experiencias. La intención de abandonar su cotidianidad le provocaba miedo, pero más fuerte era la emoción de descubrir y sorprenderse. Así que un día, se armó de valor y cogió su bicicleta sin volver la vista atrás. Llovía con rabia, pero le gustó esa sensación de rebeldía y no dudó de su aventura; además llevaba un buen impermeable, había pensado en todos los detalles.
Iba andando y arrastrando la bicicleta que en cuanto dejara de llover le conduciría rápidamente por senderos insospechados. Conforme avanzaba, la sensación de felicidad iba en aumento. Había pájaros que con sólo mover las alas un par de veces se perdían de la vista, árboles muy grandes, y personas de piel oscura que se comunicaban de manera diferente. Pero Ezequiel estaba tan preocupado por no perder su bicicleta, que llegó un momento que no era capaz de ver nada más; no vio las alimañas que acechaban tras las ramas, ni oyó el ruido de las máquinas que talaban el bosque. Había terminado con los víveres y una sed apremiante se apoderó de su garganta. Necesitaba imperiosamente tropezar con alguien para no sentirse tan indefenso, y bajo las aguas de un cielo enfurecido, todos sus preparativos fueron inútiles.
Se sentó en un sendero y pasó por allí un extraño ser que no le dio buen pálpito, pero pensó que sabría mejor que él dónde encontrar un lugar para descansar y agua para beber, así que le preguntó, porque los amables pájaros volaban demasiado alto para hablar con ellos. La criatura, con una expresión inmutable y mirando con el único ojo que tenía en la frente, le señaló un camino hacia el sur.
Ezequiel anduvo y anduvo sin descanso antes de caer en el suelo exhausto. Había imaginado grandes peligros fuera de su habitación, pero que algo tan cotidiano como el agua o la comida le preocuparan tanto, le estaba resultando desgarrador. Siguió el camino y encontró a un ser pequeñito de extrañas formas, que al oír la pregunta del hombre comenzó a reír sin causa lógica, y se alejó emitiendo sorprendentes y sonoras carcajadas.

Ezequiel desesperado lloraba como un niño, de sed, de cansancio, de soledad. Se sentía ridículo y despreciado. Todo le parecía demasiado grande y él demasiado pequeño. Además ahora, el ruido de las máquinas taladradoras se le había metido en el cerebro, y era incapaz de oír el canto de los pájaros. Cada vez le resultaba más difícil esconder la bicicleta para que no se la robaran, y a pesar de su estupendo impermeable, se encontraba empapado y estornudaba.
Pasó por allí un águila de grandes alas que llevaba en su lomo una silla de montar e invitó al hombre a subir, pero Ezequiel estaba tan abrumado que ni siquiera levantó la cabeza. Entonces el animal los agarró con sus patas y sobrevoló el paisaje haciendo piruetas, cualquiera diría que exhibiendo su majestad. Cuando se hartó de dar vueltas, colocó al hombre y a la bici en el borde de un arroyo de agua cristalina, y sin mediar palabra -porque el águila hablaba-, se marchó.
Pasó un buen rato hasta que Ezequiel reaccionó. Había sentido mucho vértigo con el vuelo y no había sido capaz de disfrutar del paisaje, tenía ganas de vomitar. Miró a su alrededor y se vio rodeado de un montón de hormigas que depositaban a sus pies agua dentro de un cuenco de hojas secas, y algo parecido a migas de pan. En su desesperada indefensión, Ezequiel pensó arrogante en la ingenuidad de las hormigas, si creían que él bebería de esa agua y comería de ese pan llenos de tierra. Despreció pues el esfuerzo de las trabajadoras, y siguió observando alrededor ya más tranquilo de su malestar. Pero no sabía dónde estaba ni a dónde dirigirse, sí que había perdido el camino de regreso y que no sabía volver a casa.
Ezequiel andaba por inercia, arrastrando una bici y un impermeable mojado y roto. Intentó silbar, pero sus ojos se empañaban de lágrimas y su alma se alertaba casi sin motivo. Era incapaz de mirar al cielo y ver las estrellas, de ver el suelo que pisaba, y sin darse cuenta cayó en un agujero negro y profundo. Tan profundo que estuvo un tiempo volando en el aire, chocando con las paredes del hoyo que le golpeaban los huesos. Todo acabó cuando dio de bruces contra el suelo. Adivinó que había caído por una grieta del terreno, porque miraba hacia arriba y el manillar de la bicicleta le impedía ver el cielo.
Sintió un gran dolor en el cuerpo, y su alma asustada comenzó a gritar pidiendo ayuda. Nadie acudía. Intentaba trepar por las paredes del agujero pero caía una y otra vez. Su ser magullado le imploraba rendirse pero se planteó comer gusanos e insectos. Y paradojas de la vida, eran los únicos que contestaban a sus gritos; así que se sentía miserable sólo por pensarlo.
Entonces comenzó una oscura y larga etapa en el foso. Por más que voceaba no acudían a su auxilio, hasta que sintió sobre su cabeza la sombra de un ser mitad hombre mitad mujer que lo observaba. Al principio se asustó, pero esta criatura le dijo que el secreto para salir del agujero estaba dentro, y se marchó.
Ezequiel no entendió nada y se durmió plácidamente, mientras por las paredes de la grieta brotaban raíces que lo apretaban y lo dejaban inmóvil. Soñó que formaba parte de la tierra y que volvía a ser feliz.
Ha llovido muchas veces y la persona mitad hombre mitad mujer, pasa todos los días cerca del agujero a comer fruta del árbol que brotó cuando se cerró el hueco. A veces se encuentra allí con un águila y charlan bajo la sombra. El árbol se está convirtiendo en lugar de reunión para los habitantes del bosque, lo llaman “La mancha de la bicicleta”.
Cuentan que cada noche de luna llena, de la grieta surge un ave de grandes alas que regresa con la amanecida. Se encarga de regar y de podar las ramas secas del árbol cuando es la temporada.
16-4-2023
El soñador
Érase una vez un hombreniño que soñaba con el mundo; con la gente, con los animales, con los árboles, con el mar… Nunca había visto nada más allá de las paredes de su casa, y se interrogaba constantemente sobre qué diferencia habría entre el mundo real, y lo que su inocente y espabilada cabeza imaginaba.
La intención de abandonar su mundo le provocaba mucho miedo, pero la idea de descubrir algo mejor colmaba sus pensamientos.
Así que un buen día de cielo despejado armándose de valor, cogió su bicicleta y comenzó a pedalear sin volver atrás la mirada por si le entraban dudas.
Y acompañado de la incertidumbre, emprendió un viaje sin saber adónde.
Comenzó a comprobar que las cosas eran muy distintas a como él las había imaginado, y se sintió feliz.
El soñador
Había pájaros que con sólo mover las alas un par de veces, se perdían de la vista, árboles muy grandes, y personas de piel oscura que se confundían con los troncos de los arbustos. Todo un paraíso que descubrir.
Pero una sed apremiante se apoderaba de su garganta conforme iba avanzando; y necesitaba imperiosamente encontrar a alguien para no sentirse tan indefenso y resolver las dudas que se les presentaban.
Entonces se sentó en un sendero donde apenas había un hilillo de sombra. Preguntó a un ser extraño que pasó por el camino dónde podía encontrar un lugar para refrescarse. Y con una expresión parecida al desprecio, mirándola con el único ojo que tenía, esa criatura le señaló un camino hacia el sur. Anduvo y anduvo sin encontrar la más mínima gota de agua antes de caer en el suelo exhausto.
Encerrado en su habitación había imaginado grandes peligros, pero no se le ocurrió que algo tan cotidiano como el agua pudiera resultarle tan preocupante. En esos momentos, “su reino por un grifo” 😉
Pasó por allí un ser pequeñito muy deforme, y al oír la pregunta del hombreniño, comenzó a reír y a reír sin causa lógica; se alejó de él sin responderle emitiendo sorprendentes carcajadas.

El hombreniño lloraba de sed, de cansancio y de soledad. Todo le parecía demasiado grande y él se sentía demasiado pequeño.
Cuando más desesperado estaba, pasó por allí un pájaro de grandes alas que entre sus garras cogió la bici y al joven. Sobrevoló el paisaje, los colocó al borde de un pequeño arroyo de agua cristalina, y sin mediar palabra se marchó.
Pasó un buen rato hasta que nuestro protagonista pudo reaccionar. No sabía dónde estaba ni a dónde dirigirse. Lo que sí sabía, era que había perdido el camino de regreso. Montó de nuevo en su bicicleta y pedaleó hacia lo que él imaginó su camino.
Pero sus ojos, empapados de agua salada, su corazón inquieto y su alma alerta le impedían ver las estrellas. Andaba por inercia y desencantado. Y sin darse cuenta, cayó en un agujero negro y profundo. Tan profundo, que estuvo un tiempo volando en el aire hasta que se dio de bruces contra el suelo.
El soñador
Sintió un gran dolor. Le dolió el cuerpo, le dolió el alma. Y comenzó a gritar pidiendo ayuda. Pero nadie acudía. Intentaba trepar las paredes del agujero, pero eran lisas y resbaladizas, y caía una y otra vez. Su cuerpo magullado le dolía insoportablemente. Y decidió abandonar; se rendía.
Así comenzó una oscura etapa en el agujero; hasta que sintió una sombra sobre su cabeza, y vio a un ser mitad hombre, mitad mujer que lo observaba. Le dijo que el secreto para salir del agujero estaba dentro. Allí debería permanecer hasta que fuera capaz de encontrarlo. Después se marchó.
El hombreniño no entendió nada y sin esperanza se durmió. Soñó que formaba parte de la tierra y que volvía a ser feliz.
Ha llovido muchas veces y la persona mitad hombre mitad mujer, pasa todos los días cerca del agujero. Hay una vieja bici oxidada y a su lado crece un árbol con las flores más hermosas que nadie haya visto jamás.
Sólo las personas sensibles cuando pasan cerca, sienten un pellizco en el corazón.
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«El soñador», relato basado en «El joven soñador» de mi libro «Ahora que vamos deprisa», publicado en el 2004 😉
Me he sentido identificada. Que triste pero hermoso a la vez. Gracias hermosa.
Gracias a tí, qué alegría leerte! Espero que te vayan bien las cosas, beso grande 🙂
El soñador de mentira, nueva versión del relato 😉
…El tercer elemento para que aflore tu mejor versión es el conocimiento de los principios que operan en el universo y alinear tu vida con ellos. Un principio es una regla básica de funcionamiento y hay dos de excepcional importancia: el universo es abundante y el universo es sabio y benévolo. Quien vive de acuerdo a ellos es más difícil que quede atrapado por la avaricia, los celos, la envidia o el miedo (Mario Alonso Puig)